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TU FE ES TU FORTUNA (Libro Completo)


(Título original: YOUR FAITH IS YOUR FORTUNE)

NEVILLE GODDARD

TRADUCCION ORIGINAL: DESCONOCIDA

TEXTOS BIBLICOS AGREGADOS, Y CAPITULOS INCLUIDOS TRADUCIDOS POR: LAURA ARROJO

CAPITULO 1: ANTES DE ABRAHAM.

“En verdad os digo que antes de que existiera Abraham, YO SOY.” Juan 8:58. “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.” (Juan 1:1) En el principio existía la consciencia no condicionada de ser, y la consciencia no condicionada de ser se tornó con­dicionada al imaginarse que era algo, y la consciencia no condicionada de ser se convirtió en aquello que había imagi­nado ser. Así comenzó la creación. Por esta ley (primero concebir, luego convertirse en lo concebido), todas las cosas evolucionan a partir de la Nada, y sin esta secuencia no hay nada que sea creado. Antes de que existiera Abraham, o el mundo, yo soy. Cuando todo el tiempo deje de existir, yo soy. Yo soy la consciencia informe de ser, concibiéndome como una per­sona. Por mi eterna ley del ser, debo ser y expresar todo lo que creo ser. Yo soy la eterna Nada que contiene dentro de mi ser in­forme la capacidad de ser todas las cosas. Yo soy aquello en lo que viven, se mueven y tienen su existencia todas mis ideas de mí mismo, y no existen separadas de eso. Habito dentro de cada concepto de mí mismo y, desde esa interioridad, busco continuamente trascender todos los conceptos de mí mismo, únicamente porque creo ser eso que trasciende. Yo soy la ley del ser y, aparte de mí, no hay ninguna ley. Yo soy lo que Yo soy.

CAPITULO 2: TÚ DECRETARÁS.

“Determinarás asimismo una cosa, y te será firme, Y sobre tus caminos resplandecerá luz.” Job 22:28. “Así, la palabra que salga de mi boca no regresará a mí vacía, sino que realizará lo que yo deseo, y llevará a cabo aquello que la envié a hacer. “ Isaías 55:11. El hombre puede decretar una cosa y entonces ocurrirá. El ser humano siempre ha decretado aquello que ha apa­recido en su mundo. Actualmente está decretando lo que está apareciendo en su mundo y continuará haciéndolo mientras siga siendo consciente de que es un ser humano. Jamás ha aparecido nada en el mundo que el hombre no haya decretado que aparezca. Puedes negar esto, pero por mucho que lo intentes no puedes refutarlo, porque este acto de decretar se basa en un principio inmutable. El ser huma­no no ordena que las cosas aparezcan mediante sus palabras, las cuales, en la mayoría de los casos, son una confesión de sus dudas y sus temores. Decretar es algo que se hace en la consciencia. Toda persona expresa automáticamente aquello que es consciente de ser. Sin ningún esfuerzo, o sin utilizar pala­bras, en cada momento, la persona está ordenándose a sí mis­ma ser y poseer aquello que es consciente de ser y de poseer. Este principio inmutable de expresión está escenificado en todas las Biblias del mundo. Los escritores de nuestros libros sagrados eran místicos iluminados, maestros del pasa­do en el arte de la psicología. Al contar la historia del alma, personificaron este principio impersonal en la forma de un documento histórico, tanto pata preservarlo como para ocultarlo de los ojos de los no iniciados. Actualmente, aquellas personas a las que les ha sido con­fiado este gran tesoro, es decir, el clero del mundo, han ol­vidado que las Biblias son dramas psicológicos que repre­sentan la consciencia del hombre; en su ciego olvido, ahora enseñan a sus seguidores a adorar a sus personajes como si fueran hombres y mujeres que realmente vivieron en el tiem­po y el espacio. Cuando el ser humano vea la Biblia como un gran drama psicológico en el que todos sus personajes y actores son la personificación de las cualidades y los atributos de su pro­pia consciencia, entonces, y sólo entonces, la Biblia le reve­lará la luz de su simbología. Este principio impersonal de la vida que creó todas las cosas está representado como Dios. Descubrimos que este Señor Dios, creador del Cielo y de la Tierra, es la consciencia de ser del hombre. Si las personas estuvieran menos limitadas por la ortodoxia y observaran de una forma más intuitiva, no podrían evitar notar, al leer la Biblia, que la consciencia de ser es revelada cientos de veces a lo largo de ese texto. Por nombrar unas pocas: «El yo soy me ha enviado a vosotros» Éxodo 3:14. «Aquiétate y sabe que Yo soy Dios.» Salmo 46:10. «Yo soy el Señor y no hay ningún Dios.» Isaías 45:5. . «Yo soy el Señor tu Dios, y no hay otro.» Joel 2:27. «Yo soy el pastor.» Juan 10:11. «Yo soy la puerta.» Juan 10: 9. «De cierto, de cierto os digo: yo soy la puerta de las ovejas.» Juan 10:7. «Yo soy la resurrección y la vida.» Juan 11:25. «Yo soy el camino.» Juan 14:6. «Yo soy el principio y el fin.» Apocalipsis 22:13. «Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso. » Apocalipsis 1:8. Yo soy; la consciencia de ser no condicionada del ser hu­mano es revelada como el Señor y el creador de todos los estados condicionados de ya existencia. Si el hombre pudiera abandonar su creencia en un Dios separado de él, recono­ciendo que su consciencia de ser es Dios (consciencia que se forma a imagen y semejanza de su idea de sí mismo), trans­formaría su mundo, que dejaría de ser un desierto estéril para convertirse en un terreno fértil de su agrado. El día en que el ser humano haga esto sabrá que él y su Padre son uno, pero su Padre es más grande que él. Sabrá que su consciencia de ser es una con aquello que él es cons­ciente de ser, pero que su consciencia no condicionada de ser es más grande que su estado condicionado o su idea de sí mismo. Cuando el ser humano descubra que su consciencia es el poder de expresión impersonal, un poder que se representa eternamente en sus ideas de sí mismo, adoptará y se apropia­rá de ese estado de consciencia que desea expresar. Al hacer esto, se convertirá en ese estado de expresión. «Decretarás una cosa y entonces ocurrirá» puede expre­sarse ahora de la siguiente manera: Serás consciente de ser o poseer una cosa y entonces expresarás o poseerás aquello que eres consciente de ser. La ley de la consciencia es la única ley de expresión. «Yo soy el camino.» «Yo soy la resurrección». La consciencia es el camino, así como el poder que resucita y expresa todo lo que el ser humano es consciente de ser. Apártate de la ceguera de la persona no iniciada que in­tenta expresar y poseer esas cualidades y cosas que no es cons­ciente de ser y poseer, y sé el místico iluminado que decreta en la base de esta ley inmutable. Declara conscientemente que eres eso que deseas; aprópiate de la consciencia de eso que deseas, y tú también conocerás la posición del verdade­ro místico, de la siguiente manera: Yo he llegado a ser consciente de ser eso. Todavía soy consciente de ser eso. Y seguiré siendo consciente de ser eso, hasta que aquello que soy consciente de ser se exprese a la perfección. Sí, decretaré una cosa y entonces ocurrirá.

CAPITULO 3: EL PRINCIPIO DE LA VERDAD.

«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Juan 8:32. La verdad que libera al hombre es el conocimiento de que su consciencia es la resurrección y la vida, de que su consciencia resucita y da vida a todo lo que él es consciente de ser. Fuera de la consciencia, no existen ni la resurrección ni la vida. Cuando el ser humano renuncie a su creencia en un Dios separado de él y empiece a reconocer que su consciencia de ser es Dios, como hicieron Jesús y los profetas, entonces transformará su mundo al darse cuenta de que «Mi Padre y yo somos uno, (Juan 10:30) pero mi Padre es más grande que yo». Juan 14:28. Sabrá que su consciencia es Dios y que aquello que él es consciente de ser es el hijo que es testigo de Dios, el Padre. El que concibe una idea y la idea concebida son uno, pero el que concibe es más grande que aquello que concibe. Antes de que existiera Abraham, Yo soy. Sí, yo era consciente de existir antes de ser consciente de que soy una persona, y el día en que deje de ser consciente de que soy una persona, seguiré siendo consciente de que existo. La consciencia de ser no depende de que uno sea nada. Precedió a todas las ideas de sí misma y seguirá existiendo cuando todas las ideas de sí misma dejen de existir. «Yo soy el principio y el fin.» Es decir, todas las cosas o las ideas de mí mismo empiezan y acaban en mí, pero yo, la consciencia informe, permaneceré eternamente. Jesús descubrió esta gloriosa verdad y declaró que Él era uno con Dios, no con el Dios que el hombre había creado, porque El jamás reconoció a ese Dios. Jesús descubrió que Dios era Su consciencia de ser y por eso le dijo al hombre que el Reino de Dios y el Cielo estaban en el interior. (Lucas 17:21, 23.) Cuando se dice que Jesús abandonó el mundo y se marchó con Su Padre, [“Él fue recibido en Los Cielos”, Marcos 16:19, Lucas 24:51] simplemente se está afirmando que El alejó su atención del mundo de los sentidos y elevó su consciencia hasta ese nivel que deseaba expresar. Ahí perma­neció hasta que se volvió uno con la consciencia a la que El ascendió. Cuando regresó al mundo humano, pudo ac­tuar con la seguridad positiva de que Él era consciente de ser, un estado de consciencia que sólo El sentía o sabía que poseía. La persona que ignora esta ley eterna de expresión ve esos acontecimientos como milagros. Elevar tu consciencia hasta el nivel de la cosa deseada y permanecer ahí hasta que ese nivel se convierta en tu naturaleza es el camino que lleva a lo que aparentemente son milagros. «Y yo, si soy elevado, a todos los atraeré ha­cia mí.» (Juan 12:32). Si soy elevado en consciencia hasta la naturalidad de la cosa deseada, atraeré la manifestación de ese deseo hacia mí. «Ninguna persona viene a mí si no es atraída por el Padre que está dentro de mí, y mi Padre y yo somos uno.» Juan 10:30. Mi cons­ciencia es el Padre que atrae la manifestación de la vida hacia mí. La naturaleza de la manifestación está determinada por el estado de consciencia en el que habito. Siempre estoy atra­yendo a mi mundo aquello que soy consciente de ser. Si estás insatisfecho con tu actual expresión de vida, en­tonces debes volver a nacer. El renacimiento es abandonar ese nivel con el que estás insatisfecho y elevarte al nivel de consciencia que deseas expresar y poseer. No puedes servir al mismo tiempo a dos señores (Mateo 6:24, Lucas 16:32), o es­tados de consciencia opuestos. Al retirar tu atención de un estado y colocarla en el otro, mueres para el que has dejado y vives y expresas aquel al que estás unido. El ser humano no entiende cómo es posible que pueda expresar aquello que desea ser por una ley tan simple como la de adquirir la consciencia de lo deseado. El motivo de esta falta de fe por parte del hombre es que ve el estado deseado a través de la consciencia de sus limitaciones actuales. Por lo tanto, naturalmente, la ve como algo imposible de conseguir. Una de las primeras cosas que el ser humano debe saber es que, al tratar con esta ley espiritual de la consciencia, no se puede poner vino nuevo en botellas viejas, o nuevos parches en ropa vieja (Mateo 9:16,17; Marcos 2:21,22; Lucas 5:36-39). Es decir, que uno no puede llevar al nuevo estado de consciencia nada del actual estado de consciencia. Porque el estado buscado es que, está completo en sí mismo y no necesita parches. Cada nivel de consciencia se expresa automáticamente. Elevarte hasta el nivel de cualquier estado es convertirte automáticamente en ese estado en expresión. Pero para poder elevarte al nivel que actualmente no estás expresando, debes dejar aparte la consciencia con la que ahora te identi­ficas. Hasta que no hayas dejado tu consciencia actual, no podrás elevarte a otro nivel. No te desanimes. Abandonar tu identidad actual no es tan difícil como podría parecer. La invitación de las escrituras: «Estar ausente del cuerpo y estar presente con el Señor» (2 Corintios 5:8, 1 Corintios 5:3, Colosenses 2:5), no es para unos pocos elegidos; es un llamamiento general a toda la humanidad. El cuerpo del que se te está invitando a escapar es tu idea actual de ti mismo, con todas sus limitaciones, mientras que el Señor con el que debes estar presente es tu consciencia de ser. Para realizar esta proeza aparentemente imposible, debes apartar tu atención de tu problema y colocarla en el simple hecho de existir. Dices en silencio, pero con sentimiento: «Yo soy». No condiciones esta consciencia y sigue declaran­do: «Yo soy — Yo soy». Simplemente, siente que no tienes rostro ni forma, y continúa haciéndolo hasta que sientas que flotas. «Flotar» es un estado psicológico que niega completa­mente lo físico. Mediante la práctica, en estado de relajación y negándote de buena gana a reaccionar a las impresiones sensoriales, es posible desarrollar un estado de consciencia de receptividad pura. Esto es algo sorprendentemente fácil de lograr. En este estado de desapego absoluto, una clara firmeza de pensamiento intencionado puede ser grabada indeleblemente en tu consciencia no modificada. Este es­tado de consciencia es necesario para una auténtica medi­tación. Esta maravillosa experiencia de elevarte y flotar es la señal de que estás ausente del cuerpo o del problema y que ahora estás presente en el Señor. En este estado expandido sólo eres consciente de ser el YO SOY – YO SOY; sólo eres consciente de existir. Cuando se logra esta expansión de la consciencia, dentro de esta profundidad informe de ti mismo, debes dar forma a la nueva idea declarando y sintiendo que eres aquello que deseabas ser antes de entrar en este estado. Descubrirás que dentro de esa profundidad informe de ti mismo todas las cosas parecen ser divinamente posibles. Cualquier cosa que sinceramente sientas que eres mientras estás en este es­tado expandido se convierte, con el tiempo, en tu expresión natural. Y Dios dijo: «Haya un firmamento entre las aguas». (Génesis 1:6). Sí, que haya una firmeza o convicción en medio de esta cons­ciencia expandida, mediante el saber y el sentir que YO SOY eso, la cosa deseada. Cuando declaras y sientes que eres la cosa deseada, estás cristalizando esa luz líquida informe que tú eres, coinvirtiéndola en la imagen y semejanza (Génesis 1:26) de aquello que eres consciente de ser. Ahora que la ley de tu ser te ha sido revelada, comienza hoy mismo a cambiar tu mundo mediante la reevaluación de ti mismo. Durante demasiado tiempo, el hombre se ha aferrado a la creencia de que nace del dolor y de que debe conseguir su salvación con el sudor de su frente. Dios es impersonal y no hace diferencias entre las personas (Hechos 10:34; Romanos 2:11). Mien­tras el ser humano continúe teniendo esta creencia de dolor, seguirá caminando en un mundo de tristeza y confusión, porque el mundo, en todos sus detalles, es la consciencia del ser humano cristalizada. En el Libro de los Números está escrito: «Había gigantes en las tierras y a nosotros nos pareció que éramos como saltamontes, y a ellos les pareció que nosotros éramos como sal­tamontes». (13:33). Hoy es el día, el ahora eterno, en el que las condiciones en el mundo han alcanzado la apariencia de gigantes. Los des­empleados, los ejércitos del enemigo, la competitividad en los negocios, etc., son los gigantes que hacen que te sientas como un saltamontes indefenso. Nos dicen que primero nos pareció que éramos como sal­tamontes y que, debido a este concepto de nosotros mismos, fuimos para el enemigo como saltamontes. Para los demás sólo podemos ser aquello que pensamos de nosotros mismos. Por lo tanto, si nos reevaluamos y empeza­mos a sentir que somos el gigante, un centro de poder, auto­máticamente cambiamos nuestra relación con los gigantes, reduciendo a esos monstruos a su verdadero lugar, haciendo que parezca que son ellos los saltamontes indefensos. Pablo dijo al respecto: «Para los Griegos (los llamados sa­bios del mundo) es necedad; y para los judíos (o aquellos que buscan señales), un obstáculo», [Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. 1 Corintios 1:22-25] con el resultado de que el hombre continúa caminando en la oscuridad, en lugar de despertar a la consciencia de que «YO soy la luz del mundo». (Mateo 5:14; Juan 8:12). El ser humano ha adorado durante tanto tiempo las imá­genes que él mismo ha fabricado, que al principio le parece que esta revelación es blasfema, pero el día que descubra y acepte este principio como la base de su vida, ese día aca­bará con su creencia en un Dios que está separado de él.

La historia de la traición a Jesús en el jardín de Getsemaní ilustra a la perfección el descubrimiento de este principio por parte del hombre. En ella se nos cuenta que la muche­dumbre, armada con palos y antorchas, buscaba a Jesús en la oscuridad de la noche. Mientras preguntaban dónde estaba Jesús (la salvación), la voz respondió: «YO soy», ante lo cual la multitud cayó al suelo. Al recuperar la compostura, vol­vieron a pedir que se les mostrara el escondite del salvador y, una vez más, el salvador dijo: «Os he dicho que YO SOY. Por lo tanto, si me buscáis, dejad todo lo demás». (Juan 18:8). El hombre, en la oscuridad de la ignorancia humana, sale a buscar a Dios, ayudado por la luz parpadeante de la sabi­duría humana. Cuando se le revela que su YO SOY, o cons­ciencia de ser, es su salvador, la conmoción es tan grande que, mentalmente, cae al suelo, porque todas sus creencias se tambalean al comprender que su consciencia es su único salvador. El conocimiento de que su Yo SOY es Dios obliga a la persona a dejar a todas las demás, porque le resulta im­posible servir a dos dioses. El ser humano no puede aceptar que su consciencia de ser es Dios y, al mismo tiempo, creer en otra deidad. Con este descubrimiento, la oreja o la audición del hom­bre (la comprensión) es cortada por la espada de la fe (Pedro) mientras que su oído perfecto y disciplinado (la compren­sión) es restablecido por (Jesús) el conocimiento de que el YO SOY es el Señor y el Salvador. Para que la persona pueda transformar su mundo, pri­mero debe echar estos cimientos, o tener esta comprensión: “YO soy el Señor. [Y no hay nadie más” Isaias 45:5]. La persona debe saber que su consciencia de ser es Dios. Hasta que esto esté firmemente establecido, de manera que ninguna sugerencia o argumento de los de­más pueda hacerle flaquear, se encontrará regresando a la esclavitud de su antigua forma de ser. «Si no crees que Yo soy Él, morirás en tus pecados.» (Juan 8:24). A menos que la persona descu­bra que su consciencia es la causa de todas las expresiones de su vida, continuará buscando la causa de su confusión en el mundo de los efectos, y entonces morirá en su infructífera búsqueda. «Yo soy la vid y vosotros sois las ramas.» (Juan 15:5). La conscien­cia es la vida, y aquello que eres consciente de ser es como las ramas a las que alimentas y mantienes vivas. Del mismo modo que la rama no tiene vida si no está adherida a la vid, las cosas no tienen vida si tú no eres consciente de ellas. Así como una rama se marchita y muere si la savia de la vid deja de fluir hacia ella, también las cosas y las cualidades desapa­recen si retiras tu atención de ellas; porque tu atención es la savia de vida que sustenta la expresión de tu vida.

CAPITULO 4: ¿A QUIÉN BUSCAS?

“Os he dicho que Yo SOY; por lo tanto, si me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan.” Juan 18:8. En cuanto les dijo «YO SOY» “Y cuando Él les dijo: Yo Soy, retrocedieron y cayeron en la tierra.” Juan 18:6. Hoy en día se dicen tantas cosas sobre los Maestros, los Hermanos Mayores, los Expertos y los iniciados, que nume­rosos buscadores de la verdad están siendo llevados conti­nuamente a conclusiones erróneas al buscar estas falsas lu­ces. Por un precio, la mayoría de estos seudo-maestros ofrece a sus alumnos una iniciación a los misterios, prometiéndoles orientación y dirección. La debilidad del ser humano por los líderes, así como su culto a los ídolos, lo convierte en presa fácil para estas escuelas y estos maestros. La mayoría de es­tos estudiantes tiene buena voluntad y, después de años de espera y sacrificios, acaba descubriendo que estaba siguiendo un espejismo. Sienten que sus escuelas y sus metros los han decepcionado, y esta desilusión valdrá el esfuerzo y el pre­cio que han pagado por su búsqueda infructuosa. Entonces dejarán de adorar al hombre y, al hacerlo, descubrirán que aquello que buscan no se encuentra en otra persona, porque el Reino del Cielo está en su interior. (Lucas 17:21). Darse cuenta de esto será su primera iniciación verdadera. La lección aprendida será ésta: Sólo hay un Maestro y ese Maestro es Dios, el Yo soy, que está dentro de nosotros mismos. «Yo soy el Señor tu Dios, que te conducirá fuera de la tierra de la oscuridad; fuera de la casa de la esclavitud.» (Éxodo 20:2, Deuteronomio 5:6). El Yo soy, tu consciencia, es el Señor y el Maestro y, aparte de tu consciencia, no hay ningún Señor ni ningún Maestro. Tú eres el Señor de todo aquello de lo que eres consciente de ser. Sabes que lo eres, ¿no es verdad? Saber que eres algo es el Señor y el Maestro de aquello que sabes que eres. Podrían aislarte completamente de aquello que eres consciente de ser; sin embargo, a pesar de todas las barreras humanas, podrías atraer hacia ti, sin esfuerzo, todo lo que eres consciente de ser. La persona que es consciente de ser pobre no necesita la ayuda de nadie para expresar su pobreza. La persona que es consciente de estar enferma, aunque sea aislada en la zona más herméticamente sellada y libre de gérmenes del mundo, expresaría su enfermedad. No hay ninguna barrera para Dios, porque Dios es tu consciencia de ser. Independientemente de lo que seas cons­ciente de ser, puedes expresarlo sin esfuerzo, y lo haces. Deja de esperar a que llegue un Maestro; él está contigo siempre. «Yo estoy contigo siempre, incluso hasta el fin del mundo.» (Mateo 28:20). De vez en cuando sabrás que eres muchas cosas, pero no necesitas ser nada para saber que lo eres. Si lo deseas, puedes desprenderte del cuerpo que tienes; al hacerlo, te darás cuen­ta de que eres una consciencia sin rostro, sin forma, y que no dependes de tu forma para expresarte. Sabrás que eres y, además, descubrirás que el hecho de saber que eres es Dios, el Padre, que precedió a todo aquello que alguna vez has sabido que eres. Antes de que existiera el mundo, tú eras consciente de existir y, por lo tanto, decías: «Yo soy». Y el Yo soy existirá después de que todo aquello que sabes que eres deje de ser. No existen los Maestros Ascendidos. Acaba con esa supers­tición. Siempre estarás elevándote de un nivel de consciencia (maestro) a otro, y al hacerlo manifestarás el nivel ascen­dido, expresando esa consciencia recientemente adquirida. Dado que la consciencia es el Maestro y el Señor, tú eres el Mago Maestro que hace que se manifieste aquello que ahora eres consciente de ser. «Porque Dios (la consciencia) llama a aquellas cosas que no existen como si existieran.» (Romanos 4:17). Las cosas que ahora no existen serán vistas en cuanto seas consciente de ser aquello que ahora no ves. El elevarte de un nivel de consciencia a otro es la úni­ca ascensión que experimentarás jamás. Ninguna persona puede elevarte al nivel que deseas. El poder de ascender está dentro de ti; es tu consciencia. Te apropias de la consciencia del nivel que deseas expresar al declarar que ahora estás ex­presando ese nivel. Eso es la ascensión. Es ilimitada, porque jamás agotarás tu capacidad de ascender. Dale la espalda a la superstición humana de la ascensión, con su creencia en los maestros, y encuentra al maestro único y eterno que está dentro de ti. «El que está en ti es mucho más grande que el que está en el mundo.» (1 Juan 4:4). Cree en esto. No continúes en la ceguera, siguiendo el espejismo de los maestros. Te aseguro que esa búsqueda sólo puede acabar en la decepción. «Si me niegas (tu consciencia de ser), yo también te ne­garé a ti.» (Mateo 10:33). «No tendrás a ningún otro Dios, excepto a MI.» (Isaías 45:5; Joel 2:27). «Quédate quieto y sabe que Yo soy Dios.» (Salmos 46:10). «Ponedme a prueba, a ver si no os abro las ventanas del Cielo y derramo sobre vosotros una bendición, hasta que ya no haya sitio suficiente para recibirla.» (Malaquías 3:10). ¿Crees que el Yo soy es capaz de hacer eso? Entonces, declara que Yo soy aquello que quieres ver derramándose. Afirma que eres aquello que deseas ser y que lo serás. No te lo daré por los maestros, sino que, puesto que tú has recono­cido que Yo soy (tú) eso, te lo daré, porque Yo soy todas las cosas para todos. Jesús no se permitía ser llamado el Buen Maestro. Él sa­bía que sólo hay un buen maestro. Sabía que ése es Su Padre en el Cielo: la consciencia de ser. «El Reino de Dios» (el Bien) y el Reino de los Cielos están dentro de ti. (Lucas 17:21). Tu creencia en los maestros es una confesión de tu escla­vitud. Sólo los esclavos tienen amos. Cambia tu concepto de ti mismo y, sin la ayuda de maestros ni de ninguna otra per­sona, transformarás automáticamente tu mundo para que se adapte a tu nueva idea de ti mismo. En el Libro de los Números se dice que hubo una época en la que los seres humanos se consideraban a sí mismos como saltamontes y, debido a esa idea de sí mismos, vieron gigantes en las tierras. Esto se aplica a las personas de la actualidad como se aplicaba en el día en que fue escrito. El concepto que tiene una persona de sí misma es tan similar al caso de los saltamontes que automáticamente hace que las situaciones que le rodean parezcan gigantescas; en su cegue­ra, pide a gritos a los maestros que le ayuden a luchar contra sus gigantescos problemas. Jesús intentó mostrarle a la gente que la salvación estaba en su interior y le advirtió que no buscara a un salvador en los lugares o las personas. Si alguien viene y te dice, «busca aquí o busca ahí», no le creas, porque el Reino de los Cielos está dentro de ti. (Lucas 17:21). Jesús no sólo no permitió que le llamaran el Buen Maestro, sino que advirtió a sus seguidores: «No saludéis a nadie por el camino». (Lucas 10:4; 2 Reyes 4:29). Dejó claro que no deberían reconocer a ninguna autoridad o persona superior que no fuera Dios, el Padre. Jesús estableció la identidad del Padre como la cons­ciencia de ser de la persona. «Mi Padre y yo somos uno, pero mi Padre es más grande que yo.» (Juan 10:30; Juan 14:28). Yo soy uno con todo aque­llo que soy consciente de ser. Yo soy más grande que aquello que soy consciente de ser. El creador es siempre más grande que su creación. «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre.» La serpiente simbo­liza la idea actual que la persona tiene de sí misma, de ser como una lombriz en la tierra, viviendo en el desierto de la confusión humana. Del mismo modo que Moisés se levantó de su idea de sí mismo de «lombriz de la tierra» para descu­brir que Dios era su consciencia de ser, «El Yo SOY me ha enviado» (Éxodo 3:14), también debes levantarte tú. El día que declares, como lo hizo Moisés, «Yo soy el que Yo soy», (Éxodo 3:14), ese día tu de­claración florecerá en el desierto. Tu consciencia es el mago maestro que hace aparecer to­das las cosas cuando se convierte en aquello que quiere hacer aparecer. Este Señor y Maestro que tú eres puede hacer que aparezca en tu mundo todo aquello que tú eres consciente de ser, y lo hace. «Ninguna persona (manifestación) viene a mí si no es atraída por mi Padre, y mi Padre y yo somos uno.» [Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. Juan 6:44; “Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. Mi Padre y Yo somos Uno.” Juan 10:29,30]. Tú estás continuamente atrayendo hacia ti aquello que eres conscien­te de ser. Cambia tu idea de ti mismo: haz que deje de ser la de un esclavo para convertirse en la idea de Cristo. No debes avergonzarte de afirmar esto; solamente cuando afirmes «Yo soy Cristo» podrás hacer todas las obras de Cristo. «Las obras que yo hago, vosotros también las haréis, y más grandes que éstas las haréis, porque yo me voy al Padre.» [“Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. “, Juan 14:12]. «Él se hizo igual a Dios y no consideró ninguna usurpación realizar las obras de Dios.» (Filipenses 2:6). Jesús sabía que cualquier persona que se atreviera a declarar que es Cristo tendría automática­mente la capacidad de expresar las obras de su idea de Cristo. Jesús sabía también que el uso exclusivo de este principio de expresión no le había sido dado sólo a Él. Se refería cons­tantemente a Su Padre en el Cielo. Afirmaba que Sus obras no sólo serían equivalentes, sino que serían superadas por la persona que se atreviera a concebir que era más grande que El (Jesús), que la idea que Él tenía de Sí Mismo. Al afirmar que Él y Su Padre eran uno, pero que Su Pa­dre era más grande que Él, Jesús revelaba que su consciencia (Padre) era una con aquello que Él era consciente de ser. Descubrió que, como Padre o consciencia, Él era más gran­de que aquello que Él, como Jesús, era consciente de ser. Tú y tu idea de ti mismo sois uno. Tú eres y siempre serás más grande que cualquier idea que puedas llegar a tener de ti mismo. El hombre no consigue hacer las obras de Jesucris­to porque intenta realizarlas desde su nivel de consciencia actual. Jamás trascenderás tus logros actuales a través del sacrificio y el esfuerzo. Tu actual nivel de consciencia sólo será trascendido cuando dejes el estado actual y te eleves a un nivel superior. Te elevas a un nivel de consciencia superior alejando tu atención de tus limitaciones actuales y colocándola en aque­llo que deseas ser. No intentes esto soñando despierto o haciéndote ilusiones, sino de una forma positiva. Afirma que eres la cosa deseada. Yo soy eso; nada de sacrificios, nada de dietas, nada de trucos humanos. Lo único que se te pide es que aceptes tu deseo. Si te atreves a declararlo, lo expresarás. Medita sobre esto. «No me regocijo en los sacrificios de los hombres.» (probable Malaquías 1:10). «Ni con la fuerza ni con el poder, sino con mi espíri­tu. » (Zacarías 4:6). «Pedid y recibiréis. » (Mateo 7:7, Mateo 21:22, Marcos 11:24, Lucas 11:9, Juan 15:7, Juan 16:24). «Venid a comer y beber sin precio.» (probable Isaías 55:1). Las obras están acabadas. Lo único que necesitas hacer para dejar que estas cualidades se expresen es afirmar: Yo soy eso. Declara que eres aquello que deseas ser y lo serás. Las expresiones siguen a las impresiones; no las preceden. La prueba de que lo eres seguirá a la afirmación de que lo eres, no la precederá. «Dejadlo todo y seguidme» (Mateo 8:22; Mateo 9:9; Lucas 5:27), es una invitación doble para ti. Primero te invita a alejarte completamente de todos los problemas y, luego, te insta a que sigas caminando en la afir­mación de que tú eres aquello que deseas ser. No seas como la esposa de Lot, que mira atrás y se convierte en una estatua de sal (Génesis 19), o es conservada en el pasado que está muerto. Debes ser como un Lot que no mira atrás, sino que mantiene la vista enfocada en la tierra prometida, en la cosa deseada. Haz esto y sabrás que has encontrado al maestro, al Mago Maestro, que hace que lo invisible se vuelva visible mediante la orden de «Yo soy eso».

CAPITULO 5: ¿QUIÉN SOY YO?

“Pero ¿quién decís que Soy YO?” Mateo 16:15. «Yo soy el Señor; ése es mi nombre, y no daré mi gloria a otro.» (Isaías 42:8). «Yo soy el Señor, el Dios de toda Carne.» (Jeremías 32:27) Este Yo soy que está en tu interior, lector, esta percep­ción, esta consciencia de ser, es el Señor, el Dios de toda Carne. Yo soy es El que debería venir; deja de buscar a otro. Mientras creas en un Dios separado de ti, continuarás trans­firiendo el poder de tu expresión a tus ideas, olvidando que tú eres el que las concibe. El poder de concebir y la cosa concebida son uno, pero el poder de concebir una idea es más grande que la idea. Jesús descubrió esta gloriosa verdad cuando declaró: «Mi Padre y Yo somos uno, pero mi Padre es más grande que yo». (Juan 10:30 y Juan 14:28). El poder que se concibe a sí mismo como un ser humano es más grande que su idea. Todas las ideas son limitaciones de quien las concibe. «Antes de que existiera Abraham, Yo soy.» (Juan 8:58). «Antes de que existiera el mundo, Yo soy.» La consciencia precede a toda manifestación y es el pun­tal sobre el que descansan todas las manifestaciones. Para eliminar la manifestación, lo único que tienes que hacer tú, la persona que la concibió, es alejar tu atención de esa idea. En lugar de «Fuera de la vista, fuera de la mente», en realidad es «Fuera de la mente, fuera de la vista». La mani­festación seguirá siendo visible únicamente mientras reciba la fuerza con la que la persona que la concibió (Yo soy) la dotó inicialmente para que la utilizara. Esto se aplica a todas las creaciones, desde el electrón infinitesimalmente pequeño hasta el universo infinitamente inmenso. Quédate quieto y sabe que Yo soy Dios. (Salmos 46:10). Sí, este mismo Yo soy, tu consciencia de ser, es Dios, el único Dios. Yo soy es el Señor, el Dios de toda Carne, toda manifestación. Esta presencia, tu consciencia no condicionada, no tiene principio ni fin; las limitaciones existen únicamente en la manifestación. Cuando te des cuenta de que esta consciencia es tu yo eterno, sabrás que antes de que existiera Abraham, Yo soy. Empieza a entender por qué se te dijo: «Ve y haz lo mis­mo». (Lucas 10:37). Empieza a identificarte ahora con esta presencia, esta consciencia, como la única realidad. Todas las manifesta­ciones sólo existen en apariencia. Tú, como ser humano, no tienes más realidad que aquella que tu yo eterno, el Yo soy, cree que es. « ¿Quién decís que SOY yo?» (Mateo 16:15, Marcos 8:29, Lucas 9:20). Ésta no es una pregunta que se formuló hace dos mil años. Es la eterna pregunta dirigida a la manifestación por quien la concibe. Es tu verdadero yo, tu consciencia de ser, preguntándote a ti, su actual concepto de sí mismo: « ¿Quién crees que es tu consciencia?» La respuesta sólo puede ser definida dentro de ti, independiente­mente de la influencia de otra persona. El Yo soy (tu yo verdadero) no está interesado en la opi­nión de las personas. Todo su interés reside en tu convicción de ti mismo. ¿Qué dices del Yo soy que está dentro de ti? ¿Puedes responder y decir «Yo soy Cristo»? Tu respuesta o tu grado de comprensión determinará el lugar que ocuparás en la vida. ¿Dices, o crees, que eres una persona de una deter­minada familia, raza, nación, etc.? ¿Sinceramente crees eso de ti? Entonces la vida, tu yo verdadero, hará que esas ideas aparezcan en tu mundo y las vivirás como si fueran reales. «Yo soy la puerta.» Juan 10:9. «Yo soy el camino.» Juan 14:6. «Yo soy la resu­rrección y la vida.» Juan 11:25. «Ningún hombre (o manifestación) viene a mi Padre si no es a través de mí.» Juan 14:6. El Yo soy (tu consciencia) es la única puerta a través de la cual puede entrar algo a tu mundo. Deja de buscar seña­les. Las señales llegan posteriormente; no preceden. Empieza por invertir la afirmación «Ver es creer», convirtiéndola en «Creer es ver». Empieza a creer ahora, no con una confian­za vacilante basada en pruebas externas engañosas, sino con una confianza firme, basada en la ley inmutable de que tú puedes ser aquello que deseas ser. Descubrirás que no eres una víctima del destino, sino una víctima de la fe (la tuya). Aquello que buscas puede entrar en el mundo de la manifestación solamente a través de una puerta. Yo soy la puerta. Tu consciencia es la puerta, de modo que debes ser consciente de ser y tener aquello que deseas ser y tener. Cualquier intento de realizar tus deseos de otras maneras y no a través de la puerta de la consciencia te convierte en un ladrón para ti mismo. Cualquier expresión que no sea sentida es antinatural. Antes de que aparezca cualquier cosa, Dios, Yo soy, siente que es la cosa deseada, y entonces la cosa deseada aparece. Resucita, se eleva de la nada.

Yo soy rico, pobre, sano, enfermo, libre, confinado: to­das éstas son impresiones o estados que fueron sentidos an­tes de convertirse en expresiones visibles. Tu mundo es tu consciencia materializada. No pierdas el tiempo intentando cambiar lo externo: cambia lo que hay en tu interior (o la impresión), y lo exterior (o la expresión) se ocupará de sí mismo. Cuando comprendas la verdad de esta afirmación, sabrás que has encontrado la palabra perdida o la llave que abre todas las puertas. El Yo soy (tu consciencia) es la pala­bra mágica perdida que se ha hecho carne en semejanza de aquello que eres consciente de ser. Yo soy Él. Ahora mismo estoy eclipsándote a ti, lector, mi templo viviente, con mi presencia, incitándote a tener una nueva expresión. Tus deseos son mis palabras pronun­ciadas. Mis palabras son espíritu y son verdad, y no regre­sarán a mí vacías, sino que realizarán aquello que las envié a hacer. [“así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié.” Isaías 55:11.] No son algo que deba resolverse. Son las ropas que visto Yo, tu ser sin rostro, sin forma. ¡Fíjate bien! Yo, vestido con tu deseo, estoy ante la puerta (tu consciencia) y llamo. Si oyes mi voz y me abres (me reconoces como tu salvador) vendré a ti y cenaré contigo y tú conmigo. [“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.” Apocalipsis 3:20]. Cómo exactamente se van a realizar mis palabras, tus deseos, no es asunto tuyo. Mis palabras tienen una forma de hacer las cosas que tú no conoces. (Juan 4:32). Su forma de actuar es algo que no se debe averiguar. (Romanos 11:33). Lo único que se requiere de ti es que creas. Cree que tus deseos son las ropas que viste tu salvador. Tu creencia de que ahora eres aquello que deseas ser es una prueba de tu aceptación de los regalos de la vida. Tú has abierto la puerta para que tu Señor, vestido con tu deseo, entre en el momento en que establezcas esta creencia. Cuando recéis, creed que ya habéis recibido y así será. (Marcos 11:24). Todas las cosas son posibles para el que cree. (Marcos 9:23). Haz lo impo­sible posible a través de tu creencia, y lo imposible (para los demás) se encarnará en tu mundo. Todas las personas han tenido pruebas del poder de la fe. La fe que mueve montañas es la fe en ti mismo. Ningu­na persona que carece de confianza en sí misma tiene fe en Dios. Tu fe en Dios se mide por tu confianza en ti mismo. Mi Padre y yo somos uno (Juan 10:30), el hombre y su Dios son uno, la consciencia y la manifestación son una. Y Dios dijo: «Haya un firmamento entre las aguas» (Génesis 1:6). En medio de todas las dudas y las opiniones cambiantes de los demás, deja que haya convicción, una creencia firme, y verás la tierra firme; aquello que crees aparecerá. La recompensa es para aquel que resiste hasta el final. [“Pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo.” Mateo 24:13]. Una convicción no es una convicción si puede tambalearse. Tu deseo será como nubes sin lluvia, a menos que creas. Tu consciencia no condicionada o tu Yo soy es la Virgen María que no conoció varón (Lucas 1:34) y, sin embargo, sin la ayuda del hombre, concibió y dio a luz a un hijo. María, la consciencia no condicionada, deseó y luego fue consciente de ser el es­tado condicionado que ella deseaba expresar, y esto se hizo realidad de una forma desconocida para los demás. Haz lo mismo; adopta la consciencia de aquello que deseas ser y tú también darás a luz a tu salvador. Cuando se haga la anun­ciación, cuando tengas el anhelo o el deseo, debes creer que es la palabra hablada de Dios que está buscando encarnarse a través de ti. No le hables a nadie de esta cosa sagrada que has concebido. Guarda tu secreto dentro de ti y magnifica al Señor (Lucas 1:46), magnifica o cree que tu deseo es tu salvador, que está viniendo para estar contigo. Cuando esta creencia esté tan firmemente instalada que te sientas seguro de los resultados, tu deseo se encarnará. Cómo se hará, nadie lo sabe. Yo, tu deseo, tengo maneras de actuar que tú no conoces (Juan 4:32); mis formas de actuar no se deben averiguar (Romanos 11:33). Tu deseo podría compararse a una semilla, y las semillas contienen en su interior el poder y el plan para su expresión. Tu consciencia es la tierra. Estas semillas se plan­tan con éxito únicamente si, después de haber declarado que eres y tienes aquello que deseas, esperas con confianza los resultados, sin tener pensamientos angustiosos. Si me elevo en mi consciencia hasta la naturalidad de mi deseo, atraeré automáticamente la manifestación hacia mí. La consciencia es la puerta a través de la cual se revela la vida. La consciencia siempre se está materializando. Ser consciente de ser o poseer algo es ser o tener aquello que eres consciente de ser o poseer. Por lo tanto, elévate a la consciencia de tu deseo y, automáticamente, verás que se manifiesta. Para hacerlo, debes negar tu identidad actual. «Deja que se niegue a sí mismo.» (Marcos 8:24). Niegas una cosa al retirar tu atención de ella. Para que una cosa, un problema o el ego salga de la consciencia, piensa en Dios, siendo Dios el Yo soy. Quédate quieto y sabe que Yo SOY Dios. (Salmos 46:10). Cree, siente, que Yo soy; sabe que el que conoce dentro de ti, tu consciencia de ser, es Dios. Cierra los ojos y siente que no tienes rostro, no tienes forma y no tienes figura. Enfoca esta quietud como si fuera la cosa más fácil de lograr en este mundo. Esta acti­tud te garantizará el éxito. Cuando todos los pensamientos sobre el problema o so­bre ti mismo sean alejados de la consciencia porque ahora estás absorto o perdido en el sentimiento de simplemente ser Yo soy, entonces, en ese estado informe, empieza a sentir que eres aquello que deseas ser: «Yo soy lo que Yo soy». En el momento en que alcanzas un cierto grado de in­tensidad, de modo que realmente puedes sentir que eres una idea nueva, este nuevo sentimiento o consciencia se establece y se manifestará a su debido tiempo en el mundo de la forma. Esta nueva percepción se expresará con la misma natura­lidad con que ahora tú expresas tu identidad actual. Para expresar las cualidades de una consciencia con naturalidad, debes morar o vivir en dicha consciencia. Aprópiate de ella llegando a ser uno con ella. Sentir algo intensamente, y lue­go quedarte con la confianza de que así es, hace que aque­llo que has sentido aparezca en tu mundo. «Yo estaré en mi puesto de guardia» (Habacuc 2:1) «y veré la salvación del Señor.» (2 Crónicas 20:17). Me man­tendré firme en mi sentimiento, convencido de que es así, y veré aparecer mi deseo. «Una persona no puede recibir nada (ninguna cosa) si no le es dada desde el Cielo.» (Juan 3:27). Recuerda que el Cielo es tu consciencia; el Reino de los Cielos está dentro de ti. Éste es el motivo por el cual se te advierte que no debes llamar Padre a cualquier hombre; tu consciencia es el Padre de todo lo que eres. Una vez más, se te dice: «No saludéis a nadie por el camino» (Lucas 10:4; 2 Reyes 4:29). No veas a ninguna persona como una autoridad. ¿Por qué habrías de pedir permiso a alguien para expresarte, cuando sabes que tu mundo, en todos sus detalles, se originó dentro de ti y es sostenido por ti como el único centro de ideas? Todo tu mundo podría compararse a un espacio solidifi­cado que refleja las creencias y las aceptaciones tal como son proyectadas por una presencia informe, sin rostro: es decir, el Yo soy. Si reduces todo a sus sustancias primordiales, sólo quedarás tú, una presencia sin dimensión, que concibe. El que concibe es una ley aparte. Las ideas bajo esa ley no deben ser medidas por los logros del pasado ni modificadas por las capacidades del presente porque, sin tomar el pensamiento, la idea se expresa de una forma desconocida para el hombre. Entra en tu interior secretamente y aprópiate de la nueva consciencia. Siente que eres eso, y las antiguas limitaciones desaparecerán por completo y con tanta facilidad como la nieve en un día caluroso de verano. Ni siquiera recordarás las antiguas limitaciones; nunca formaron parte de esta nue­va conciencia. El renacimiento al que se refería Jesús cuando le dijo a Nicodemo: «Debes volver a nacer» (Juan 3:7), no era más que pasar de un estado de consciencia a otro. «Cualquier cosa que pidáis en mi nombre, yo la haré.» (Juan 14:13; similar Juan 15:16; Juan 16:23). Esto, ciertamente, no significa que debas pedir con palabras, pronunciando con los labios los sonidos «Dios» o «Jesucris­to», porque millones de personas han pedido de esa forma sin obtener resultados. Pedir algo en Su nombre es sentir que eres eso. Yo soy la presencia sin nombre. Sentir que eres rico es pedir riqueza en Su nombre. El Yo soy no está con­dicionado. No es ni rico ni pobre, ni fuerte ni débil. En otras palabras, en Él no hay griego ni judío, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer. Todas esas cosas son ideas o limitaciones de lo ilimitado y, por lo tanto, nombres de lo que no tiene nombre. Sentir que eres cualquier cosa es pedir al que no tiene nombre, el Yo soy, que exprese ese nombre o esa naturaleza. «Pedid lo que queráis en mi nombre apro­piándoos de la naturaleza de la cosa deseada y yo os lo daré.»

CAPITULO 6: YO SOY ÉL.

“Si no creyereis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados.” Juan 8: 24. «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada se hizo.» Juan 1:3. Ésta es una frase difícil de aceptar para las personas forma­das en los diferentes sistemas de religión ortodoxa, pero ahí está. Todas las cosas, buenas, malas e indiferentes, fueron creadas por Dios. «Dios creó al hombre (manifestación) a su propia imagen, a semejanza de Dios lo creó.» Génesis 1:27. Aparentemen­te para aumentar esta confusión, se afirma: «Y Dios vio que su creación era buena» Génesis 1:31. ¿Qué vas a hacer respecto a esta apa­rente anomalía? ¿Cómo va el ser humano a identificar todas las cosas como buenas cuando lo que le enseñan niega este hecho? O la comprensión de Dios es errónea o hay algo que está radicalmente mal en las enseñanzas del ser humano. «Para el puro, todas las cosas son puras.» Tito 1:15. Ésta es otra afirmación desconcertante. Todas las personas buenas, las personas puras, las personas santas, son las más prohibicio­nistas. Une la afirmación anterior a ésta: «No hay ninguna condena en Jesucristo» (Romanos 8:1), y tendrás una barrera infranqueable para los autonombrados jueces del mundo. Estas afirmacio­nes no significan nada para los jueces fariseos que cambian y destruyen ciegamente las tinieblas. Ellos continúan cre­yendo firmemente que están mejorando el mundo. El hom­bre, al no saber que su mundo es su consciencia individual manifestada, se esfuerza en vano por ajustarse a la opinión de los demás, en lugar de ajustarse a la única opinión exis­tente: esto es, su propio juicio de sí mismo. Cuando Jesús descubrió que Su consciencia era esta ma­ravillosa ley de autogobierno, declaró: «Y ahora me santifico para que también ellos sean santificados en la verdad» (Juan 17:19). Él sabía que la consciencia es la única realidad, que las cosas manifestadas no son más que diferentes estados de conscien­cia. Jesús advirtió a sus seguidores que buscaran primero el Reino de los Cielos (ese estado de consciencia que produciría la cosa deseada) y todas las cosas les serían dadas por aña­didura. También afirmó: «Yo soy la verdad» (Juan 14:6). Él sabía que la consciencia de la persona era la verdad o la causa de todo lo que ella veía que era su mundo. Jesús se dio cuenta de que el mundo estaba hecho a seme­janza del hombre. Sabía que el hombre veía que su mundo era como era porque el hombre era lo que era. En pocas pa­labras, la idea que una persona tiene de sí misma determina lo que ella ve como su mundo. Todas las cosas están hechas por Dios (la consciencia) y sin Él nada se hace (Juan 1:3). La creación se juzga como buena y muy buena porque es el retrato perfecto de la consciencia que la produjo. Ser consciente de ser una cosa y luego verte expre­sando algo distinto a aquello que eres consciente de ser es una violación de la ley del ser; por lo tanto, no sería bueno. La ley del ser nunca se infringe; el ser humano siempre se ve expresando aquello que es consciente de ser. Ya sea bueno, malo o indiferente, es un reflejo perfecto de su idea de sí mismo; es bueno y muy bueno. No sólo todas las cosas están hechas por Dios, sino que todas las cosas están hechas de Dios. Todas son hijas de Dios. Dios es uno. Las cosas o las divisiones son las proyecciones de ese uno. Puesto que Dios es uno, Él debe ordenarse a sí mismo ser el otro aparente, porque no hay ningún otro. El absoluto no puede contener dentro de sí algo que no es él. Si lo hiciera, entonces no sería el absoluto, el único. Para que las órdenes sean efectivas, deben ser a uno mismo. «Yo soy lo que Yo soy» es la única orden efectiva. «Yo soy el Señor y aparte de mí no hay nadie más.» (Isaías 45:5; Joel 2:27). No puedes ordenar aquello que no es. Como no hay nadie más, debes ordenarte a ti mismo ser aquello que te gustaría que apareciera. Déjame aclarar lo que quiero decir cuando digo «orden efectiva». No debes repetir como una cotorra la afirmación «Yo soy lo que Yo soy», porque esa repetición vana sería es­túpida e infructuosa. Lo que hace que la orden sea efectiva no son las palabras; lo que la hace efectiva es la consciencia de ser eso. Cuando dices «Yo soy», estás declarando que eres. Las palabras lo que en la afirmación «Yo soy lo que Yo soy» indican aquello que te gustaría ser. El segundo «Yo soy» en la frase es el grito de victoria. Todo este drama tiene lugar en el interior, con o sin el uso de palabras. Quédate quieto y sabe que tú eres. Esta quietud se consigue observando al observador. Repite en silencio, pero con sentimiento, «Yo soy, Yo soy», hasta que hayas perdido toda consciencia del mundo y te conozcas sólo como un ser. La consciencia, el saber que eres, es Dios Todopoderoso, el Yo soy. Cuando hayas logrado esto, defínete como aque­llo que deseas ser, sintiendo que eres lo deseado: Yo soy eso. Esta comprensión de que eres la cosa deseada hará que una emoción recorra todo tu ser. Cuando se establezca la con­vicción y realmente creas que eres aquello que deseabas ser, entonces se pronuncia el segundo «Yo soy» como un grito de victoria. Esta revelación mística de Moisés puede verse como tres pasos claros: Yo soy, Yo soy libre, ¡realmente Yo soy! No importa cuáles sean las apariencias que hay a tu al­rededor. Todas las cosas dejan sitio para el Señor que llega. Yo soy el señor que llega en la apariencia de aquello que soy consciente de ser. Todos los habitantes de la Tierra no pueden detener mi llegada o cuestionar mi autoridad de ser aquello que Yo soy consciente de que Yo soy. [“Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, más El actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?”, Daniel 4:35]. «Yo soy la luz del mundo» Juan 8:12, cristalizándose en la forma de mi idea de mí mismo. La consciencia es la luz eterna que se cristaliza únicamente a través de tu idea de ti mismo. Cam­bia tu concepto de ti mismo y automáticamente cambiarás el mundo en el que vives. No intentes cambiar a las personas; ellas sólo son mensajeras que te dicen quién eres. Revalorízate a ti mismo y ellas confirmarán el cambio. Ahora te darás cuenta de por qué Jesús se santificó en lugar de santificar a los demás (Juan 17:19), por qué para los puros todas las cosas son puras (Tito 1:15), por qué en Jesucristo (la consciencia des­pierta) no hay condena (Romanos 8:1). Despierta del sueño de la condena y demuestra el principio de la vida. Deja de juzgar a los demás y deja también de censurarte a ti mismo. Escucha la revelación del iluminado: “Yo sé y estoy con­vencido por el Señor Jesucristo, de que de suyo no hay nada impuro; pero si alguno piensa que alguna cosa es impura, para él es impura” (Romanos 14:14) y, una vez más, «Dichoso el que permite algo y no se condena a sí mismo» (Romanos 14:22). Deja de preguntarte si eres digno o no eres digno de de­clarar que eres aquello que deseas ser. Serás condenado por el mundo únicamente en la medida en que te condenes a ti mismo.

No necesitas solucionar nada. Las obras están acabadas. El principio por el cual todas las cosas se hacen y sin el cual nada se hace es eterno. Tú eres ese principio. Tu consciencia de ser es la ley eterna. Jamás has expresado nada que no fue­ras consciente de ser y nunca lo harás. Adopta la consciencia de aquello que deseas expresar. Decláralo hasta que se con­vierta en una manifestación natural. Siéntelo y vive dentro de ese sentimiento hasta que forme parte de tu naturaleza. He aquí una fórmula sencilla. Retira tu atención de tu idea actual de ti mismo y colócala en tu ideal, el ideal que hasta ahora te había parecido que estaba fuera de tu alcan­ce. Declara que eres tu ideal, no como algo que llegará con el tiempo, sino como lo que eres en el presente inmediato. Haz esto y tu mundo actual de limitaciones se desintegrará mientras tu nueva afirmación se eleva de sus cenizas como el ave fénix. «No temáis ni os asustéis ante esta inmensa multitud, porque la batalla no es cosa vuestra, sino de Dios.» (2 Crónicas 20:15). No debes luchar contra tu problema; tu problema vivirá únicamente mientras tú seas consciente de él. Retira tu atención de tu problema y de la multitud de razones por las que no puedes conseguir tu ideal. Concentra tu atención enteramente en la cosa deseada. «Dejadlo todo y seguidme.» (Mateo 8:22; Mateo 9:9; Lucas 5:27). Ante los obstáculos aparen­temente gigantescos, declara tu libertad. La consciencia de libertad es el Padre de la libertad. Siempre tiene una mane­ra de expresarse que ningún ser humano conoce. «Vosotros no tenéis necesidad de luchar en esta batalla: Deteneos, estaos quietos y ved que la salvación del Señor está con vosotros.» (2 Crónicas 20:17). “Yo SOY el Señor”. Yo SOY (tu conciencia) es el Señor. La conciencia que la cosa esta hecha, que el trabajo está terminado, es el Señor de cualquier situación. Escucha atentamente a la promesa: «Vosotros no tenéis necesidad de luchar en esta batalla: Deteneos, estaos quietos y ved que la salvación del Señor está con vosotros.» (2 Crónicas 20:17). ¡Con vosotros! Esa consciencia particular con la que te identificas es el Señor del acuerdo. Él establecerá, sin ayuda, eso que ha sido acordado en la Tierra. ¿Puedes tú, ante el ejército de motivos por los que una cosa no puede hacer­se, llegar tranquilamente a un acuerdo con el Señor de que eso se haga? Ahora que has descubierto que el Señor es tu consciencia de ser, ¿puedes darte cuenta de que se ha ganado la batalla? Por muy cerca que parezca estar el enemigo y por muy amenazador que resulte, ¿puedes seguir teniendo confianza, quedándote tranquilo, sabiendo que la victoria es tuya? Si puedes hacerlo, verás la salvación del Señor. Recuerda que la recompensa es para el que resiste. (Mateo 24:13). Quédate tranquilo (Quédate quieto) Samos 46:10. Quedarse tranquilo es tener la profunda convicción de que todo está bien; de que ya está hecho. No importa lo que oigas o veas, permaneces quieto, consciente de que serás victorioso al final. Todas las cosas se consiguen con estos acuerdos, y sin un acuerdo de este tipo no hay nada que se pueda hacer (Juan 1:3). «Yo soy el que Yo soy.» Éxodo 3:13. En el Apocalipsis está escrito que aparecerá un nuevo Cielo y una nueva Tierra. (Apocalipsis 21:1). Cuando se le mostró esta visión a Juan, se le dijo que escribiera: «Está hecho» (Juan 21:6). El Cielo es tu consciencia y la Tierra es su estado solidificado. Por lo tanto, debes aceptar, como lo hizo Juan, que «Está hecho». Lo único que tenéis que hacer los que buscáis un cambio es elevaros hasta el nivel de aquello que deseáis; sin pensar en la forma de expresión, registra que ya se ha hecho sintien­do la naturalidad de ser eso. He aquí una analogía que te puede ayudar a ver este mis­terio. Imagina que entras en un cine justo cuando la película está llegando al final. Lo único que has podido ver de la pe­lícula ha sido el final feliz. Puesto que querías conocer toda la historia, te quedas para ver la siguiente sesión. En una decepcionante secuencia, el héroe es acusado con pruebas falsas, todo ello para provocar las lágrimas del público. Pero tú, seguro en tu conocimiento del final, te mantienes tran­quilo porque entiendes que, a pesar de la aparente dirección que está tomando la película, el final ya está decidido. Asimismo, debes ir hasta el final de aquello que buscas: visualiza el final feliz sintiendo conscientemente que ex­presas y posees aquello que deseas expresar y poseer. Y tú, mediante la fe, puesto que ya conoces el final, tendrás una confianza que nace de ese conocimiento. Ese conocimiento te sostendrá durante el lapso de tiempo necesario para que se desarrolle la película. No pidas ayuda a ninguna persona; siente que «Está hecho», declarando conscientemente que ahora eres aquello que esperas ser.

CAPITULO 7: HÁGASE TU VOLUNTAD.

“Hágase tu voluntad y no la mía.” LUCAS 22: 42. «Hágase tu voluntad y no la mía.» (Lucas 22:42). [“Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”, Mateo 26:42; “pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.”; Marcos 14:36]. Esta resignación no es un fatalismo ciego; por el contrario, es la toma de consciencia iluminada de que «Yo solo no puedo hacer nada; el Padre que está en mi interior hará el trabajo» (Juan 5:30). “¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras.” Juan 14:10. Cuando una persona desea algo, intenta hacer que algo que ahora no existe apa­rezca en el espacio y el tiempo. Con demasiada frecuencia no somos conscientes de lo que en realidad estamos haciendo. Inconscientemente, declaramos que no poseemos la capaci­dad para expresarnos. Basamos nuestro deseo en la esperan­za de adquirir las capacidades necesarias en el futuro. «Yo no soy, pero seré.» Las personas no se dan cuenta de que la consciencia es el Padre que realiza el trabajo, de modo que intentan expresar aquello que no son conscientes de ser. Estos esfuerzos están condenados al fracaso; sólo el presente se expresa. A menos que yo sea consciente de ser aquello que busco, no lo encon­traré. Dios (tu consciencia) es la sustancia y la plenitud de todo. La voluntad de Dios es el reconocimiento de lo que es, no de lo que será. En lugar de ver esta frase como «Hágase tu voluntad», debes verla como «Se hace tu voluntad». Las obras están acabadas. El principio por el cual todas las cosas se hacen visibles es eterno. «Lo que los ojos no han visto, lo que los oídos no han oído, lo que no ha entrado en los corazones de los hombres, eso preparó Dios para los que le aman.» (1 Corintios 2:9-10). Cuando un escultor observa una pieza de mármol sin forma, ve, en­terrada dentro de esa masa informe, su obra de arte acabada. El escultor, en lugar de hacer su obra maestra, simplemente la revela retirando las partes del mármol que ocultan su idea. Esto mismo es aplicable a ti. En tu consciencia informe está enterrado todo lo que vas a concebir que eres. El reconoci­miento de esta verdad te transformará y dejarás de ser un trabajador inexperto que intenta serlo para convertirte en un gran artista que reconoce que lo es. Tu afirmación de que ahora eres aquello que quieres ser retirará el velo de oscuridad humana y revelará tu afirma­ción a la perfección: Yo soy eso. La voluntad de Dios fue expresada en las palabras de la Viuda: «Todo está bien». La voluntad del hombre habría sido: «Todo irá bien». Afirmar que «Me pondré bien» es decir «Estoy enfermo». Dios, el Ahora Eterno, no es imitado mediante las palabras o la re­petición vana. Dios encarna continuamente lo que es. Así pues, la resignación de Jesús (que se hizo igual a Dios) es­taba dejando de ser un reconocimiento de una carencia (lo cual indica el futuro con «Yo seré») para ser un reconoci­miento de la provisión al afirmar «Yo soy eso; ya está he­cho; gracias Padre». Ahora verás la sabiduría que hay en las palabras del profe­ta cuando afirma: «Deja que el débil diga: "Yo soy fuerte"». (Joel 3,10.). El ser humano, en su ceguera, no seguirá el con­sejo del profeta; continuará declarando que es débil, pobre, desdichado y todas las otras expresiones indeseables de las que está intentando liberarse al afirmar, ignorantemente, que se liberará de estas características en la expectativa del futuro. Estos pensamientos son un obstáculo para la única ley que podrá liberarlo jamás. Sólo hay una puerta por la cual puede entrar en tu mun­do aquello que buscas. «Yo soy la puerta.» (Juan 10:9). Cuando dices «Yo soy», estás declarando que eres; en primera persona, en tiempo presente; no hay futuro. Saber que Yo soy es ser consciente de ser. La consciencia es la única puerta. A menos que seas consciente de ser aquello que buscas, buscarás en vano. Si juzgas por las apariencias, continuarás estando escla­vizado por la evidencia de tus sentidos. Para romper este hechizo hipnótico de los sentidos, se te dice: «Entra en tu interior y cierra la puerta». [“Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará.”, Mateo 6:6; “Ven, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra tras ti tus puertas; escóndete por corto tiempo hasta que pase la indignación.”, Isaías 26:20; “Luego entra y cierra la puerta detrás de ti y de tus hijos”, 2 Reyes 4:4; “Y entrando, cerró la puerta tras ambos y oró al Señor.”, 2 Reyes 4:33]. La puerta de los sentidos debe estar bien cerrada para que tu nueva afirmación pueda ser honrada. Cerrar la puerta de los sentidos no es tan difícil como parece al principio. Se hace sin esfuerzo. Es imposible servir a dos maestros al mismo tiempo. (Mateo 6:24, Lucas 16:13). El maestro al que el hombre sirve es aquel que es consciente de ser. Yo soy el Señor y el Maestro de aquello que soy cons­ciente de ser. No me supone ningún esfuerzo crear pobreza si soy consciente de ser pobre. Mi sirviente (la pobreza) está obligado a seguirme (la consciencia de pobreza) mientras Yo soy (el Señor) consciente de ser pobre. En lugar de luchar contra la evidencia de los sentidos, declara que eres aquello que deseas ser. Cuando pones tu atención en esta declaración, las puertas de los sentidos se cierran automáticamente ante tu antiguo maestro (aquello que eras consciente de ser). Cuando te pierdes en el senti­miento de ser (aquello que ahora estás declarando que es verdad acerca de ti), las puertas de los sentidos se vuelven a abrir, revelando que tu mundo es la expresión perfecta de eso que eres consciente de ser. Sigamos el ejemplo de Jesús, que, como hombre, se dio cuenta de que Él no podía hacer nada por cambiar Su ima­gen de carencia. Cerró la puerta de Sus sentidos ante Su pro­blema y acudió a Su Padre, Aquel para el que todas las cosas son posibles. (Mateo 19:26; Marcos 9:23; 10;27; 14:36; Lucas 18;27; Hechos 8:37). Habiendo negado la evidencia de Sus sentidos, Él declaró que era todo lo que, un instante antes, Sus senti­dos le habían dicho que no era. Sabiendo que la consciencia expresa su semejanza en la Tierra, Jesús permaneció en la consciencia declarada hasta que se abrieron las puertas (Sus sentidos) y confirmaron el gobierno del Señor. Recuerda: el Yo soy es el Señor de todas las cosas. Nunca vuelvas a utili­zar la voluntad humana que declara: «Yo seré.» Debes ser tan entregado como Jesús y declarar: «Yo soy eso.»

CAPITULO 8: NINGÚN OTRO DIOS.

“Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios.” Isaías 44:6. “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses delante de mí.”, Deuteronomio 5: 6, 7. «No tendrás ningún otro Dios aparte de mí.» Mientras el hombre siga creyendo en un poder separado de él, seguirá impidiéndose ser quien es. Cada creencia en unos poderes separados de él, ya sea para bien o para mal, se convertirá en el molde del ídolo adorado. Las creencias en el poder de los medicamentos para sanar, de las dietas para fortalecer, del dinero para dar seguridad, son los falsos valores a los ventajistas que deben ser expulsa­dos del Poder (Templo). (Mateo 21:12; Marcos 11:15; Lucas 19:45; Juan 2:14,15). «Tú eres el Templo del Dios Viviente» (1 Corintios 3:16; 6:19, “¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios viviente. Como él ha dicho: «Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.»” 2 Corintios 6:16), un Templo hecho sin manos. Está escrito: «Mi casa es llamada casa de oración por todas las naciones, pero vosotros la ha­béis convertido en una cueva de ladrones». (Mateo 21:13; “…porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos.” Isaías 56:7). Los ladrones que te roban son tus propias creencias falsas. Es tu creencia en una cosa, y no la cosa en sí misma, la que te ayuda. Sólo hay un poder: Yo soy Él. Debido a tu creen­cia en las cosas externas, les das poder al transferirles con tu pensamiento el poder que tú eres. Date cuenta de que tú eres el poder que has adjudicado, equivocadamente, a las con­diciones externas. La Biblia compara al hombre dogmático con el camello que no pudo pasar por el ojo de una aguja. (Mateo 19:24; Marcos 10:25; Lucas 18:25). El ojo de la aguja al que hacía referencia era una pequeña puer­ta en los muros de Jerusalén, tan estrecha que un camello no podía pasar por ella hasta que le quitaban su carga. El hom­bre rico, que es el que lleva la carga de falsas ideas humanas, no puede entrar en el Reino de los Cielos hasta que le quiten la carga (Mateo 19:23), de la misma manera que el camello no podía pasar por la pequeña puerta. El hombre se siente tan seguro con las leyes, las opiniones y las creencias creadas por el hombre, que les atribuye una autoridad que no poseen. Satisfecho con la idea de que sus conocimientos lo son todo, sigue sin ser consciente de que todas las apariencias externas no son más que estados menta­les exteriorizados. Cuando se dé cuenta de que la consciencia de una cualidad exterioriza dicha cualidad sin la ayuda de ningún otro poder, entonces podrá manifestar infaliblemen­te esa cualidad. Esta comprensión expulsa a los cambistas, o a los diversos valores, y establece el único valor verdadero: su propia consciencia. «El Señor está en su templo sagrado.» (Habacuc 2:20). La consciencia ha­bita dentro de aquello que es consciente de ser. La persona que Yo soy es el Señor y su templo. Sabiendo que la cons­ciencia se materializa, el ser humano debe perdonar a todas las personas por ser lo que son. Debe darse cuenta de que todas ellas están expresando (sin la ayuda de otros) aquello que son conscientes de ser. Pedro, el hombre iluminado o disciplinado, sabía que un cambio de la consciencia produce un cambio de la expresión. En lugar de compadecer a los mendigos de la vida en la puerta del templo declaró: «No tengo ni plata ni oro (para ti), pero lo que tengo (la consciencia de libertad), eso te doy». (Hechos 3:6). «Reaviva el don que está dentro de ti.» (“Por lo cual te recuerdo que reavives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos.”, 2 Timoteo 1:6). Deja de rogar y afirma ser aquello que has decidido ser. Hazlo y tú también saldrás de un salto de tu mundo lisiado y entrarás en el mundo de la libertad, cantando alabanzas al Señor, Yo soy. «Mucho más grande es el que está en ti que el que está en el mundo.» (1 Juan 4:4). Este es el grito de todo aquel que descubre que su consciencia de ser es Dios. Tu reconocimiento de este hecho limpiará automáticamente tu templo, tu consciencia, de ladrones y asaltantes, devolviéndote ese dominio sobre las cosas que perdiste en el momento en que olvidaste la orden: «No tendrás ningún otro Dios, aparte de Mí. »

CAPITULO 9: LA PIEDRA ANGULAR.

“Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye, porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo. Si alguien construye sobre este fundamento, ya sea con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y paja, su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno.” 1 Corintios 3:10-13. La base de toda expresión es la consciencia. Por mucho que la persona lo intente, no podrá hallar una causa de la ma­nifestación que no sea su consciencia de ser. El ser humano cree que ha encontrado la causa de la enfermedad en los gér­menes, la causa de la guerra en las ideologías políticas opues­tas y en la codicia. Todos esos descubrimientos del hombre, catalogados como la esencia de la sabiduría, son tonterías a los ojos de Dios. Sólo hay un poder y ese poder es Dios (la consciencia). Mata; da vida; hiere; sana; hace todas las cosas, buenas, malas o indiferentes. El ser humano se mueve en un mundo que no es ni más ni menos que su consciencia materializada. Dado que no sabe esto, lucha contra sus reflejos mientras mantiene viva la luz y las imágenes que proyectan esos reflejos. «Yo soy la luz del mundo.» (Juan 8:12). El Yo soy (la consciencia) es la luz. Aquello que soy consciente de ser (mi idea de mí mismo) -«yo soy rico», «yo estoy sano», «yo soy libre»- son las imágenes. El mundo es el espejo que magnifica todo lo que Yo soy consciente de ser. Deja de intentar cambiar el mundo, porque no es más que un espejo. El intento del ser humano de cambiar el mundo por la fuerza es tan infructuoso como romper un espejo con la esperanza de cambiar el rostro. Deja el espejo y cambia tu rostro. Deja en paz al mundo y cambia tus ideas sobre ti mismo. Entonces, el reflejo será satisfactorio. Libertad o encarcelamiento, satisfacción o frustración, sólo pueden ser diferenciados por la consciencia de ser. In­dependientemente de cuál sea tu problema, de su duración o su magnitud, una cuidadosa atención a estas instrucciones, en un período asombrosamente corto, eliminará incluso tu recuerdo del problema. Hazte esta pregunta: « ¿Cómo me sentiría si fuera libre?» En cuanto te hagas sinceramente esta pregunta, llegará la respuesta. Ninguna persona puede des­cribirle a otra la satisfacción de que se haya realizado su de­seo. Cada una debe experimentar en su interior el sentimien­to y la alegría de este cambio automático de la consciencia. El sentimiento o la emoción que le llega a uno en respuesta a su pregunta es el estado de consciencia Padre, o la Piedra Angular sobre la que se construye este cambio consciente. Nadie sabe exactamente cómo se va a encarnar ese senti­miento, pero lo hará; el Padre (la consciencia) tiene maneras de actuar que nadie conoce; es la ley inalterable. Todas las cosas expresan su naturaleza. Cuando vistes un sentimiento, éste se convierte en tu naturaleza. Puede tardar un instante o un año; eso depende enteramente del grado de convicción. Cuando las dudas desaparecen y puedes sentir «Yo soy esto», empiezas a desarrollar el fruto o la naturaleza de aquello que sientes que eres. Cuando una persona se compra un sombrero nuevo o un par de zapatos, cree que todo el mundo sabe que son nuevos, y se siente poco natural con este artículo recién adquirido hasta que lo siente como parte de ella. Y esto mismo es aplicable al hecho de vestir nuevos estados de consciencia. Cuando te haces la pregunta « ¿Cómo me sentiría si mi deseo estuviera realizado en este momento?», la respuesta automática, hasta que esté adecua­damente condicionada por el tiempo y el uso, en realidad es perturbadora. El período de adaptación para realizar este potencial de la consciencia es comparable a la novedad de la prenda de vestir. Al no saber que la consciencia está repre­sentándose en las condiciones que hay a tu alrededor, tú, como la esposa de Lot, miras atrás continuamente, viendo tu problema y dejándote hipnotizar otra vez por su aparente naturalidad. Haz caso a las palabras de Jesús (la salvación): «Déjalo todo y sígueme». (Mateo 4:19; Mateo 8:22; Mateo 16:24; Mateo 19:21; Marcos 1:17; Marcos 8:34; Marcos 10:21; Lucas 9:23; Lucas 18:22) «Dejad que los muertos entierren a los muertos.» (Mateo 8:22; Lucas 9:60). Tu problema podría tenerte tan hipnotizado por su aparente realidad y naturalidad, que te resulta difícil ves­tir el nuevo sentimiento o la consciencia de tu salvador. De­bes asumir este traje si quieres tener resultados. La piedra (la consciencia) que los constructores rechaza­ron (no quisieron vestir) es la piedra fundamental, y el ser humano no puede colocar otros cimientos.

CAPITULO 10: AL QUE TIENE.

“Por tanto, tened cuidado de cómo oís; porque al que tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará.” Lucas 8:18. La Biblia, que es el libro psicológico más magnífico que se ha escrito jamás, advierte al ser humano de que sea conscien­te de lo que escucha y luego continúa con esta advertencia: «Al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará». Aun­que muchos ven esta declaración como la más cruel e injusta de las frases atribuidas a Jesús, aun así, sigue siendo una ley justa y compasiva basada en el principio de expresión inmutable de la vida. La ignorancia de la persona sobre el funcionamiento de la ley no la excusa ni le salva de sus resultados. La ley es impersonal y, por lo tanto, no hace diferencias entre las per­sonas. (Hechos 10:34; Romanos 2:11). Se le advierte al hombre que sea selectivo en aquello que escucha y acepta como verdad. Todo lo que una persona acepta como verdad deja una impresión en su consciencia y, con el tiempo, se definirá como algo cierto o falso. El oído perceptivo es el medio perfecto con el que el ser humano registra las impresiones. La persona debe disciplinarse para oír únicamente lo que quiere oír, independientemente de los rumores o la percepción de sus sentidos. Cuando acondicione su oído perceptivo, sólo reaccionará a las impresiones por las que se ha decidido. Esta ley nunca falla. Al estar completamente condicionada, la persona se vuelve incapaz de oír cualquier cosa que no sea aquello que contribuye a su deseo. Dios, como has descubierto, es esa percepción no con­dicionada que te da todo lo que eres consciente de ser. Ser consciente de ser o tener algo es ser o tener aquello que eres consciente de ser. Todas las cosas descansan sobre este prin­cipio inmutable. Es imposible que algo sea distinto a aquello que es consciente de ser. «Al que tiene (aquello que es consciente de ser) se le dará.» Bueno, malo o indiferente, no importa: la persona recibe aquello que es consciente de ser, multiplicado por cien. De acuerdo con esta ley inmutable de que «Al que no tiene, se le quitará, y se le dará al que tiene», los ricos se hacen más ricos y los pobres se vuelven más pobres. Sólo puedes aumentar aquello que eres consciente de ser. Todas las cosas gravitan hacia la consciencia con la que están en armonía. Asimismo, las cosas se separan de la cons­ciencia con la que no armonizan. Reparte la riqueza del mun­do de forma equitativa entre todas las personas y, al poco tiempo, esa división equitativa estará tan desproporcionada como originalmente. La riqueza encontrará la manera de re­gresar a los bolsillos de aquellos a los que les fue quitada. En lugar de unirte al coro de los «no tengo», que insisten en destruir a los que sí tienen, reconoce esta ley inmutable de ex­presión. Defínete conscientemente como aquello que deseas. Una vez definido, una vez establecida tu declaración consciente, continúa con esta confianza hasta que recibas la recompensa. Con la misma seguridad con que el día sigue a la noche, cualquier atributo, declarado conscientemente, se manifestará. Así pues, eso que para el mundo ortodoxo durmiente es una ley cruel e injusta se convierte, para el ilu­minado, en una de las más compasivas y justas afirmaciones de la verdad. «No vengo a destruir, sino a cumplir.» (Mateo 5:17) En realidad, nada se destruye. Cualquier destrucción aparente es el resultado de un cambio en la consciencia. La consciencia siempre rea­liza el estado en el que mora. El estado del que la consciencia está separada parece destructivo para aquellos que no están familiarizados con esta ley. No obstante, esto sólo es una preparación para el nuevo estado de consciencia. Afirma que eres aquello que quieres que se cumpla. Nada se destruye. Todo se cumple. «Al que tiene, se le dará.»

CAPITULO 11: NAVIDAD.

“He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros.” Mateo 1:23 Una de las declaraciones más controversiales del Nuevo Testamento es el tema de la concepción de la virgen y el subsecuente nacimiento de Jesús, una concepción en la cual ningún hombre ha sido parte. Se ha grabado que una Virgen concibió a un Hijo sin la ayuda de un hombre, y luego en secreto y sin esfuerzo dio a luz a su concepción. Este es el fundamento en el cual toda la Cristiandad yace. Se le pide al mundo Cristiano que crea esta historia, porque el hombre debe creer lo increíble para expresar completamente la grandeza que es él. Desde el punto de vista Científico, el hombre puede inclinarse a descartar la Biblia entera como una mentira porque su razonamiento no le permitirá creer que un nacimiento de una virgen es fisiológicamente posible, pero la biblia es un mensaje del alma y debe ser interpretada psicológicamente si el hombre desea descubrir su verdadera simbología. El hombre debe ver a esta historia como un drama psicológico en vez de verla como a una declaración de un acto físico. Al hacerlo, descubrirá que la Biblia está basada en una ley que, si se la aplica a él mismo, resultará en una expresión manifestada que trascenderá el cumplimiento de sus sueños más increíbles. Para aplicar esta ley de auto-expresión, al hombre se lo debe educar en la creencia y disciplinarlo para que se pare en la plataforma de “Todas las cosas son posibles para Dios” (Mateo 19:26; Marcos 9:23; 10:27; 14:36; Lucas 18:27; Hechos 8:37). Las increíbles fechas dramáticas del Nuevo Testamento, llamadas, el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús, fueron cronometradas y fechadas para coincidir con cierto fenómeno astronómico. Los místicos grabaron esta historia notaron que en ciertas temporadas del año existen beneficiosos cambios en la tierra que coinciden con cambios astronómicos. Al escribir este drama psicológico, ellos personificaron la historia del alma como la biografía del hombre. Usando estos cambios cósmicos, ellos marcaron el Nacimiento y la resurrección de Jesús para transmitir los mismos cambios beneficios que toman lugar psicológicamente en la conciencia del hombre cuando sigue a la ley. Aun para aquellos que no la pueden entender, la historia de Navidad es una de las historias más bellas jamás contadas. Cuando se la despliega bajo la luz de la simbología mística, se la revela como el verdadero nacimiento de cada manifestación en el mundo. Este nacimiento de una virgen es grabado como si sucediera el 25 de Diciembre, o como algunas sociedades secretas lo celebran, en vísperas de Navidad, a medianoche el 24 de Diciembre. Los místicos establecieron esta fecha para marcar el nacimiento de Jesús porque querían coincidirla con los grandes beneficios terrestres que significan estos cambios astronómicos. Las observaciones astronómicas que inspiraron a los autores de este drama a usar estas fechas, fueron hechas desde el hemisferio Norte; así que desde un punto de vista astronómico, lo contrario sería verdad si fueran vistas desde las latitudes del Sur. Sin embargo, esta historia fue grabada en el Norte y por lo tanto está basada en observaciones norteñas. El hombre descubrió desde temprano que el sol tiene un rol muy importante en su vida, y que sin el sol, la vida física como la conoce no podría existir. Entonces estas fechas importantes en la historia de la vida de Jesús están basadas en las posiciones del sol desde el punto de vista de las latitudes del Norte. El sol, luego de haber alcanzado su punto más alto en los cielos en Junio, cae gradualmente hacia el Sur, llevándose consigo la vida del mundo de las plantas que para ya Diciembre, toda la naturaleza se ha detenido. Si el sol continuara hacia el Sur sin detenerse, toda la naturaleza se detendría hasta la muerte. Sin embargo, en el 25 de Diciembre, el sol comienza su gran movimiento hacia el Norte, trayendo consigo la promesa de la salvación y vida nueva para el mundo. Cada día, cuando el sol se levanta en los cielos, el hombre gana la confianza de ser salvado de la muerte por el frio y el hambre, porque sabe que cuando se mueve hacia el Norte y cruza el Ecuador, toda la naturaleza revivirá de nuevo, será resucitada de su largo sueño de invierno. Nuestro día se mide de medianoche a medianoche, y, ya que el día visible comienza en el Este y termina en el Oeste, los antiguos decían que el día había nacido de esa constelación que ocupaba el horizonte del Este a la medianoche. En las vísperas de Navidad, o a medianoche el 24 de Diciembre, la constelación de Virgo se levanta desde el horizonte del Este. Entonces fue grabado que su Hijo y Salvador del mundo fue nacido de una virgen. También fue grabado que esta madre virgen estaba viajando por la noche, que se detuvo en un hospedaje y le dieron la única habitación disponible entre animales y allí, en un pesebre, donde eran alimentados los animales, los pastores encontraron al Hijo Santo. Los animales con los que la Santa Virgen estaba hospedada son los santos animales del zodiaco. Allí en ese círculo de constante movimiento de animales astronómicos, esta la Santa Madre, Virgo, y allí la verás cada medianoche el 24 de Diciembre, parada en el horizonte del Este mientras el sol y salvador del mundo comienza su viaje hacia el Norte. Psicológicamente, este nacimiento toma lugar en el hombre en el día que él descubre que su consciencia es su sol y salvador de su mundo. Cuando el hombre sabe el significado de esta declaración mística, “Yo soy la luz del mundo” (Mateo 5:14; Juan 8:12), él se dará cuenta que su YO SOY, o consciencia, es el sol de su vida, el sol que irradia las imágenes en la pantalla del espacio. Estas imágenes son la semejanza de aquello que él, como hombre, es consciente de ser. Por lo tanto, las cualidades y atributos que aparentan moverse en la pantalla de su mundo son realmente proyecciones de la luz desde su interior. Las innumerables esperanzas y ambiciones nunca realizadas del hombre son las semillas que están enterradas dentro de la consciencia o vientre virgen del hombre. Allí permanecen como las semillas de la tierra, contenidas en el desperdicio congelado del invierno, esperando a que el sol se mueva hacia el Norte, o por el hombre que vuelva al conocimiento de quién es él. Al volver, él se mueve hacia el Norte a través del reconocimiento de su verdadero ser, al declarar “YO SOY la luz del mundo”. Cuando el hombre descubre que su consciencia o YO SOY es Dios, el salvador de su mundo, el será como el sol en su pasaje hacia el Norte. Todas sus necesidades y ambiciones serán calentadas y estimuladas hacia su nacimiento por este conocimiento de su verdadero ser. Él declarará que él ya es, lo que hasta ahora deseaba ser. Sin la ayuda de ningún hombre, él se definirá a sí mismo como aquello que él deseaba expresar. El descubrirá que su YO SOY es la virgen concibiendo sin la ayuda del hombre, que todas las concepciones de él mismo, cuando las siente, y las fija en su consciencia, serán encarnadas fácilmente como realidades vivientes en su mundo. El hombre se dará cuenta un día que todo este drama toma lugar en su consciencia, que su incondicionada consciencia o YO SOY es la Virgen María deseando expresar, que por esta ley de auto-expresión él se define a sí mismo como aquello que desea expresar y que sin la ayuda o cooperación de nadie él expresará aquello que ha afirmado y definido ser. Y entonces entenderá: porqué la Navidad está fijada el 25 de Diciembre, mientras que la Pascua es una fecha movible; porqué resta la Cristiandad en la concepción de una virgen; que su consciencia es el vientre virgen, o novia del Señor recibiendo impresiones como auto-embarazos y que luego sin asistencia de nadie, encarnará estas impresiones como las expresiones de su vida.

CAPITULO 12: CRUCIFICCION Y RESURRECION.

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá.” Juan 11:25. El misterio de la crucifixión y la resurrección está tan entretejido que, para que pueda ser comprendido plenamente, ambas cosas deben explicarse juntas, porque una determina la otra. Este misterio está simbolizado en la Tierra en los rituales del Viernes Santo y la Pascua. Habrás observado que el aniversario de este acontecimiento cósmico, anunciado cada año por la Iglesia, no tiene fecha fija, como otros los que señalan nacimientos y muertes, sino que cambia cada año, cayendo en cualquier fecha entre el 22 de marzo y el 25 de abril. El domingo de Resurrección es determinado de esta manera. El primer domingo luego de la luna llena en Aries se celebra como la Pascua. Aries comienza el 21 de Marzo y termina aproximadamente el 19 de Abril. La entrada del sol en Aries marca el comienzo de la primavera del hemisferio norte. La luna en su tránsito mensual alrededor de la tierra se forma en algún momento entre el 21 de Marzo y 25 de Abril en oposición al sol, que tal oposición es llamada Luna Llena. El primer domingo luego de este fenómeno de que este fenómeno ocurre en el cielo se celebra como La Pascua; el viernes precedente a este día se lo toma como Viernes Santo. La movilidad de esta fecha debería indicar a la persona observadora que debe buscar alguna interpretación distinta de la comúnmente aceptada. Esos días no marcan el aniversario de la muerte y la resurrección de una persona que vivió en la Tierra. Visto desde la Tierra, el Sol, en su paso por el norte, apa­rece en la estación anual de la primavera para atravesar esa línea imaginaria que se llama Ecuador. Por eso dice el místi­co que será cruzado o crucificado para que el hombre pueda vivir. Es significativo que poco después de que tenga lugar este acontecimiento, toda la naturaleza empiece a surgir o a resucitar de su largo sueño invernal. Por lo tanto, se podría concluir que esta alteración de la naturaleza, en esta esta­ción del año, se debe directamente a este cruce. Así pues, se cree que el Sol debe derramar su sangre en la Pascua de los judíos. Si estos días marcaran la muerte y la resurrección de un hombre, serían fijos, para que cayeran en las mismas fe­chas todos los años, como la mayor parte de los hechos históricos. Pero, obviamente, ese no es el caso. Estas fechas no pretendían señalar los aniversarios de la muerte y la re­surrección de Jesús, el hombre. Las escrituras son dramas psicológicos y revelarán su significado únicamente cuan­do son interpretadas psicológicamente. Estas fechas se han ajustado para hacerlas coincidir con el cambio cósmico que tiene lugar en esta época del año, señalando la muerte del viejo año y el inicio o la resurrección de un nuevo año, o de la primavera. Estas fechas sí simbolizan la muerte y la resurrección del Señor; pero ese Señor no es un hombre: es tu consciencia de ser. Está escrito que Él dio Su Vida para que tú puedas vivir: «Yo he venido para que vosotros ten­gáis la vida y para que podáis tenerla en más abundancia» (Juan 10:10). La consciencia se mata a sí misma al separarse de aquello que es consciente de ser, para que pueda vivir siendo aque­llo que desea ser. La primavera es la época del año en que millones de se­millas, que han estado enterradas en la tierra durante todo el invierno, brotan repentinamente, haciéndose visibles para que el ser humano pueda vivir. Y puesto que el drama mís­tico de la crucifixión y la resurrección está en la naturaleza de este cambio anual, se celebra en esta estación del año, en la primavera, aunque en realidad está teniendo lugar en cada momento del tiempo. El ser que es crucificado es tu cons­ciencia de ser. La cruz es tu idea de ti mismo. La resurrección es la elevación de la idea de ti mismo, que se hace visible. Lejos de ser un día de luto, el Viernes Santo debería ser un día de regocijo, porque no puede haber resurrección o expresión a menos que haya primero una crucifixión o im­presión. La cosa que ha de resucitar en tu caso es aquello que deseas ser. Para hacer esto, debes sentir que eres lo que deseas ser. Debes sentir «Yo soy la resurrección y la vida del deseo». El Yo soy (tu consciencia de ser) es el poder que resucita y da vida a aquello que, en tu consciencia, deseas ser. «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo, eso se estable­cerá en la Tierra.» Los dos que se ponen de acuerdo son la cosa deseada y tú (tu consciencia - la consciencia que desea). Cuando se llega a este acuerdo, se completa la crucifixión; dos se han cruzado o crucificado. El Yo soy y eso (la cons­ciencia y aquello que eres consciente de ser) se han unido y son uno. El Yo soy, ahora clavado o fijado en la creencia de que Yo soy es fusión. Jesús, o el Yo soy, está clavado en la cruz de eso. El clavo que te une a la cruz es el clavo del sentimiento. La unión mística ahora se ha consumado y el resultado será el nacimiento de un hijo, o la resurrección de un hijo que da fe de su Padre. La consciencia está unida a aquello que es consciente de ser. El mundo de la expresión es el hijo que confirma esta unión. El día que dejes de ser consciente de ser eso que ahora eres consciente de ser, ese día tu hijo, o expresión, morirá y regresará al seno de su padre, la conciencia sin rostro, sin forma. Todas las expresiones son el resultado de estas uniones místicas. De modo que los sacerdotes están en lo cierto cuando dicen que los verdaderos matrimonios se hacen en el Cielo y sólo pueden ser disueltos en el Cielo. Pero déjame que aclare esta afirmación diciéndote que el Cielo no es un lugar; es un estado de consciencia. El Reino de los Cielos está dentro de ti. (Lucas 17:21). En el Cielo (la conciencia), Dios es tocado por aquello que es consciente de ser. « ¿Quién me ha toca­do? Porque he sentido que de mí ha salido la virtud.» (Lucas 8:45,46; Marcos 5:30). En el momento en que ocurre este tocar (sentimiento), hay un hijo o un «salir de mí» hacia la visibilidad que tiene lugar. El día en que el ser humano siente «Yo soy libre», «Yo soy rico», «Yo soy fuerte», Dios (el Yo soy) es tocado o crucifica­do por esas cualidades o virtudes. Los resultados de ese tocar o crucificar se verán en el nacimiento o la resurrección de las cualidades sentidas, porque la persona debe tener una con­firmación visible de todo lo que es consciente de ser. Ahora sabrás por qué el ser humano o la manifestación siempre están hechos a imagen de Dios. Tu percepción imagina y expresa en lo físico todo lo que eres consciente de ser. «Yo SOY el Señor, y aparte de mí no hay ningún otro Dios.» (Isaías 45: 5,6). Yo soy la Resurrección y la Vida. (Juan 11:25). Te fijarás en la creencia de que eres aquello que deseas ser. Antes de tener cualquier prueba visible de que lo eres, desde la profunda convicción que has sentido que se fijaba dentro de ti, sabrás que lo eres. Y entonces, sin esperar a la confirmación de tus sentidos, gritarás: «Está terminado» (Juan 19:30). Luego, con una fe nacida del conocimiento de esta ley inmutable, serás como al­guien muerto y enterrado; te quedarás quieto y no te moverás en tu convicción y tendrás confianza en que resucitarás las cualidades que has fijado y que estás sintiendo dentro de ti.

CAPITULO 13: LAS IMPRESIONES.

“Y tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos[a] también la imagen del celestial.” 1 Corintios 15:49.

Tu consciencia o tu Yo soy es el potencial ilimitado donde se forjan las impresiones. Las impresiones son estados definidos impresos en tu Yo SOY. Tu consciencia o tu Yo soy podrían compararse a una película sensible. En estado virgen, es potencialmente ilimitada. Puedes impresionar o grabar un mensaje de amor o un himno de odio, una maravillosa sinfonía o una pieza de jazz discordante. No importa cuál pueda ser la naturaleza de la impresión; tu Yo soy recibirá y confirmará de buena gana, sin decir un murmullo, todas las impresiones. A la consciencia se hace referencia en Isaías 53:3-7. «Despreciado, deshecho de la humanidad, hombre de dolores, avezado al sufrimiento, como uno ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y no era estimado.» «Con todo, eran nuestros sufrimientos los que llevaba, cargaba con nuestros dolores, mientras nosotros le creíamos azotado, herido por Dios y humillado.» «Pero estaba herido por nuestras trasgresiones, golpeado por nuestras iniquidades: el castigo, precio de nuestra paz, caía sobre él, y a causa de sus llagas hemos sido curados.» «Todos nosotros, como ovejas, nos hemos descarriado; cada cual sigue su propio camino. Y el Señor ha hecho recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros.» «Era oprimido y maltratado, y sin embargo, no abría su boca; como un cordero que es llevado al matadero y como una oveja ante sus esquiladores, no abría la boca.» Tu consciencia no condicionada es impersonal; no hace distinciones entre las personas. (Hechos 10:34; Romanos 2:11). Sin pensamiento ni esfuerzo, expresa automáticamente cada impresión que es grabada en ella. No pone objeciones a ninguna impresión que es colo­cada sobre ella porque, aunque es capaz de recibir y expresar cualquier estado definido, sigue siendo eternamente un po­tencial inmaculado e ilimitado. Tu Yo soy es la base sobre la que descansa el estado definido o la idea de ti mismo; pero no está definido por, ni depende de, esos estados definidos para su existencia. Tu Yo soy ni se expande ni se contrae; nada lo modifica ni lo acrecienta. Antes de que existiera cualquier estado definido, eso es. Cuando todo deje de existir, eso es. Todos los estados o ideas definidos de ti mismo no son más que expresiones efímeras de tu ser eterno. Ser impresionado es ser I'm-pressed*(Yo soy presionado-primera persona-tiempo presente). *Nota de la Traductora: Se trata de un juego de palabras. «Impresionado, en inglés «impressed». Aquí el autor lo desglosa en dos partes: «I'm», que significa Yo soy, y «pressed», que significa «presionado». Todas las expresiones son el resultado de impresiones. Sólo cuando declares que eres aquello que deseas ser, expresarás esos deseos. Deja que to­dos los deseos se conviertan en impresiones de cualidades que ya son, no que serán. El Yo soy (tu consciencia) es Dios, y Dios es la plenitud de todo, el Ahora Eterno, Yo soy. No tengas ningún pensamiento sobre el mañana; las expresiones del mañana están determinadas por las impresiones de hoy. “Ahora es el momento aceptado.” (2 Corintios 6:2, Isaías 49:8). “El Reino de los Cielos está cerca.” (Mateo 4:17). Jesús (la salvación) dijo: «Yo estoy con vosotros siempre» (Mateo 28:20). Tu consciencia es el salvador que está contigo siempre; pero si lo niegas, Él también te negará (Mateo 10:33; Lucas 12:9). Lo niegas al afirmar que Él aparecerá, como los millones de personas que están afirmando hoy que la salvación llegará: eso equivale a decir: «No estamos salvados». Debes dejar de desear que aparezca tu salvador y empezar a afirmar que ya estás salvado, y las señales de tus afirmaciones vendrán a continuación.

Cuando le preguntaron a la viuda qué tenía en su casa, hubo un reconocimiento de la sustancia: ella declaró que tenía unas gotas de aceite. (2 Reyes 4:1-6). Unas gotas de aceite se convertirán en un pozo surtido si son declaradas adecuadamente. Tu consciencia magnifica todas las conciencias. Afirmar que tendré aceite (alegría) es confesar que tengo los depósitos vacíos. Estas impresiones de escasez producen escasez. Dios, tu consciencia, no hace distinciones entre las personas. Dios, esa consciencia de toda existencia, que es pura mente impersonal, recibe impresiones, cualidades y atributos que definen la consciencia; es decir, tus impresiones. Todos tus deseos deberían estar determinados por la ne­cesidad. Las necesidades, ya sean aparentes o reales, serán satisfechas automáticamente si son bienvenidas con la su­ficiente intensidad de propósito como los deseos claros. Sa­biendo que tu consciencia es Dios, deberías ver cada deseo como la palabra pronunciada de Dios, que te dice lo que es. «Dejad de confiar en el hombre, cuyo aliento está en su na­riz, porque, ¿de qué es él estimado?» (Isaías 2:22). Somos siempre aquello que está definido por nuestra percepción. Jamás afirmes: «Yo seré eso». A partir de ahora, todas las afirmaciones deben ser: «Yo soy lo que Yo soy». Antes de pedir se nos responde. La solución a cualquier problema asociado con el deseo es obvia. Todos los problemas producen automáticamente el deseo de una solución. El ser humano es educado en la creencia de que sus de­seos son cosas contra las cuales debe luchar. En su ignorancia, él niega a su salvador, que está continuamente llaman do a la puerta de la consciencia para que le deje entrar (Yo soy la puerta). Si tu deseo se realizara, ¿no te salvaría de tu problema? Dejar entrar a tu salvador es la cosa más fácil del mundo. Las cosas deben ser, para que las puedas dejar entrar. Tú eres consciente de un deseo; el deseo es algo de lo que eres consciente ahora. Tu deseo, aunque es invisible, debe ser afirmado por ti para que sea algo real. «Dios llama a la existencia a las cosas que no existen (que no se ven). » Al afirmar que Yo SOY la cosa deseada, dejo entrar al salvador. «Yo estoy ante la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo. » (Apocalipsis 3:20). Cada deseo es la llamada a la puerta del salvador. Esta llamada es oída por todos. La persona abre la puerta cuando afirma «Yo soy él». Asegúrate de dejar entrar a tu salvador. Deja que la cosa deseada se presione sobre ti hasta que estés impresionado con la actualidad de tu salvador; luego, pro­nuncia el grito de victoria: «Está terminado». (Juan 19:30).

CAPITULO 14: CIRCUNCISIÓN.

“En El también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por manos, al quitar el cuerpo de la carne mediante la circuncisión de Cristo.” Colosenses 2:11 La circuncisión es la operación que retira el velo que oculta la cabeza de la creación. El acto físico no tiene nada que ver con el acto espiritual. El mundo entero podría ser circuncidado físicamente y, sin embargo, seguir siendo impuro y siendo el guía ciego de los ciegos. A los que son circuncidados espiritualmente se les ha retirado el mal de la oscuridad y saben que son Cristo, la luz del mundo. Ahora déjame que te practique a ti, lector, la operación espiritual. Este acto se realiza en el octavo día después del nacimiento, no porque ese día tenga algún significado especial, o porque difiera de alguna manera de los demás días, sino porque el ocho es la figura que no tiene principio ni fin. Además los antiguos simbolizaban el octavo número o la octava letra como un envoltorio o velo dentro y detrás del cual se encontraba enterrado el misterio de la creación. Así pues, el secreto de la operación en el octavo día, está de acuerdo con la naturaleza del acto, que es revelar la cabeza eterna de la creación, ese algo inmutable en el que todas las cosas comienzan y acaban y que, sin embargo, sigue siendo su ser eterno cuando todas las cosas dejan de existir. Este algo misterioso es tu consciencia de ser. En este momento, eres consciente de existir, pero tam­bién eres consciente de ser alguien. Ese alguien es el velo que oculta al ser que eres realmente. Primero eres consciente de existir, luego eres consciente de ser una persona. Después de que el velo de persona sea colocado sobre tu ser sin rostro, tomas consciencia de ser miembro de una determinada raza, nación, familia, credo, etc. El velo que debe ser levantado en la circuncisión espiritual es el velo de la persona. Pero para que esto pueda hacerse, primero debes cortar las adhesio­nes de raza, nación, familia, etc. «En Cristo no hay griego ni judío, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer.» (“una renovación en la cual no hay distinción entre griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo o libre, sino que Cristo es todo, y en todos.” Colosenses 3:11). «Debes dejar a tu padre, a tu madre, a tu hermano y seguirme.» (“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.”, Lucas 14:26). Para hacer esto, tienes que dejar de identificarte con estas divisiones y ser indiferente a ese tipo de afirmaciones. La indiferencia es el cuchillo que corta. El sentimiento es el lazo que une. Cuando puedas ver a la humanidad como una grandiosa hermandad, sin distinciones de raza o credo, entonces sabrás que has cortado esas adhesiones. Una vez cortados esos lazos, lo único que ahora te separa de tu verdadero ser es tu creencia de que eres una persona. Para retirar este último velo, debes abandonar tu idea de que eres una persona, sabiendo que simplemente existes. En lugar de la consciencia de «Yo soy una persona», deja que esté simplemente el «Yo soy»: sin rostro, sin forma y sin figura. Eres circuncidado espiritualmente cuando abandonas la consciencia de ser humano y tu consciencia no condicionada de ser le es revelada como la cabeza eterna de la creación, una presencia sin forma, sin rostro, que todo lo sabe. Entonces, sin velo y despierto, declararás y sabrás que Yo soy Dios y, aparte de mí, esta consciencia, no hay ningún Dios. Este misterio se cuenta simbólicamente en la historia de la Biblia en la que Jesús lava los pies de sus discípulos. Está escrito que Jesús dejó de lado su ropa y agarró una toalla y se envolvió con ella. Luego, después de lavar los pies de los discípulos, los secó con la toalla con la que estaba envuelto. Pedro protestó porque no quería que le lavaran los pies y se le dijo que si sus pies no eran lavados, no tendría parte con Jesús. Pedro, al oír esto, replicó: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le respondió diciendo: « El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, pues está completamente limpio». (Juan 13:1-10). El sentido común le diría al lector que una persona no tiene todo el cuerpo limpio por el mero hecho de que le laven los pies. Por lo tanto, o bien debería descartar esta historia ser fantasiosa, o bien buscar su significado oculto. Todas las historias de la Biblia son un drama psicológico que tiene lugar en la consciencia del hombre, y ésta no es una excepción. Este lavado de los pies de los discípulos es la historia mística de la circuncisión espiritual o la revelación de los secretos del Señor. Jesús es llamado «el Señor». Te han dicho que el nombre del Señor es Yo soy - Je Suis. «Yo soy el Señor, ése es mi nombre», (Isaías 42:8.) La historia cuenta que Jesús estaba desnudo, salvo por una toalla que cubría sus partes o secretos. Jesús o el Señor simboliza tu consciencia de ser, cuyos secretos oculta la toalla (la consciencia de la persona). El pie simboliza la comprensión, que el Señor debe lavar para eli­minar todas las creencias o ideas humanas sobre uno mismo. Cuando la toalla es retirada para secar los pies, los secretos del Señor son revelados. En pocas palabras, el hecho de reti­rar la creencia de que eres una persona deja ver que tu cons­ciencia es la cabeza de la creación. La persona es el prepucio que oculta la cabeza de la creación. Yo soy el Señor que el velo de la persona oculta.

CAPITULO 15: UN LAPSO DE TIEMPO.

“No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros.” Juan 14:1-3. «No estéis angustiados. Creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo habría dicho. Voy a prepararos un sitio. Volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis vosotros también.» El Mí en el que debes creer es tu consciencia, el Yo soy: es Dios. Es también la casa del Padre que contiene en su interior todos los estados de consciencia imaginables. Cada estado de consciencia condicionado es llamado «mi morada». Esta conversación tiene lugar dentro de ti. Tu Yo soy, la consciencia no condicionada, es el Jesucristo que le habla al Yo condicionado, la consciencia de Juan Pérez. «Yo soy Juan», desde el punto de vista místico, es dos seres; es decir, Cristo y Juan. De modo que voy a preparar un lugar para ti, pasando de actual estado de consciencia al estado deseado. Es una promesa que le hace tu Cristo, o tu consciencia de ser, a tu idea actual de ti mismo, para que abandones tu conciencia actual y te apropies de otra. El hombre es tan esclavo del tiempo que, si después de haberse apropiado de un estado de consciencia que actual­mente no es visto por el mundo, y si el estado del que se ha apropiado no se encarna inmediatamente, pierde la fe en su declaración invisible. Sin dilación, la abandona y vuelve a su anterior estado de ser estático. Debido a esta limitación del ser humano, he descubierto que resulta muy útil emplear un lapso de tiempo determinado para realizar este viaje a la morada preparada. «Espera sólo un poco.» (Job 36:2). Todos hemos clasificado los diferentes días de la semana, los meses del año y las estaciones. Con esto quiero decir que tú y yo hemos dicho, una y otra vez: «Hoy parece domingo», o «lunes», o «sábado». También hemos dicho en medio del ve­rano: «Parece que fuera otoño». Esta es una prueba positiva de que tú y yo tenemos unos sentimientos claros asociados a estos diferentes días, meses y estaciones del año. Debido a estas asociaciones, podemos mantenernos conscientemente, en cualquier momento, en el día o la estación que hayamos elegido. No definas egoístamente este lapso en días y horas porque estés ansioso por recibir lo deseado. Simplemente debes mantenerte en la convicción de que ya está hecho (puesto que el tiempo es puramente relativo, debería ser eliminado por completo) y de que tu deseo se realizará. Esta capacidad de permanecer en cualquier momento en el tiempo nos permite emplear el tiempo en nuestro viaje hacia la mansión deseada. Ahora yo (la consciencia) voy a un momento en el tiempo y, ahí, preparo el lugar. Si voy a ese momento en el tiempo y preparo un lugar, regresaré a este momento del tiempo del que he salido, y te recogeré y te llevaré conmigo a ese lugar que he preparado, para que donde Yo soy, tú también puedas ser. Permíteme que te dé un ejemplo de este viaje. Supón que tienes un intenso deseo. Como la mayoría de la gente que está esclavizada por el tiempo, es posible que sientas que no podrás realizar un deseo tan grande en un lapso de tiempo limitado. Pero si reconoces que todas las cosas son posibles para Dios, si crees que Dios es el yo que está dentro de ti, o tu consciencia de ser, entonces puedes decir: «Como Juan no puedo hacer nada, pero puesto que todas las cosas son posi­bles para Dios, y sé que Dios es mi consciencia de ser, puedo realizar mi deseo en poco tiempo. Cómo se va a realizar mi deseo, no lo sé (como Juan), pero por la ley de mi ser, sé que se realizará». Con esta creencia firmemente establecida, decide cuál sería el lapso de tiempo relativo, racional, en el que ese deseo se podría realizar. Una vez más, permíteme que te recuerde que no debes acortar ese lapso porque estés ansioso por recibir tu deseo; haz que sea un lapso de tiempo natural. Nadie puede decirte cuál ese lapso de tiempo. Sólo tú puedes decir cuál sería ese lapso para ti. El lapso de tiempo es relativo; es decir, dos personas no establecerían la misma medida de tiempo para la realización de su deseo. El tiempo siempre está condicionado por la idea que la persona tiene de sí misma. La confianza en ti mismo, como está condicionada por la consciencia, siempre acorta el lapso de tiempo. Si estuvieras acostumbrado a los grandes logros, te darías un lapso de tiempo mucho más corto para realizar tu deseo que el que se daría una persona formada en la derrota. Si hoy fuera miércoles y decidieras que sería bastante po­sible que tu deseo encarne una nueva realización de ti el do­mingo, entonces el domingo es el momento en el tiempo que visitarías. Para realizar esta visita, cierras el miércoles y dejas entrar al domingo. Esto se consigue simplemente sintiendo que hoy es domingo. Empieza a oír las campanas de la iglesia; empieza a sentir la tranquilidad de ese día y todo lo que el domingo significa para ti; siente realmente que es domingo. Cuando hayas logrado esto, siente la alegría de haber re­cibido eso que el miércoles no era más que un deseo. Siente la emoción absoluta de haberlo recibido, y luego regresa al miércoles, el momento en el tiempo que dejaste atrás. Al ha­cer esto, has creado un vacío en la consciencia pasando del miércoles al domingo. La naturaleza, que detesta los vacíos, se apresura a llenarlo, creando así un molde a semejanza de aquello que potencialmente creas, es decir, la dicha de haber realizado tu deseo definido. Cuando regreses al miércoles estarás lleno de una expec­tativa alegre, porque habrás establecido la consciencia de aquello que debe tener lugar el siguiente domingo. Mientras pasas por el lapso del jueves, el viernes y el sábado, nada te altera, independientemente de las circunstancias, porque ya has predeterminado lo que serás en el Sabbat y ésa sigue sien­do una convicción inalterable. Habiendo ido antes a preparar el lugar, has regresado a Juan y ahora estás llevándolo contigo, a través del lapso de tres días, hacia el lugar preparado para que él pueda compar­tir tu alegría contigo, porque donde yo estoy podéis estar vosotros también.

CAPITULO 16: EL DIOS TRINO.

“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.” Genesis 1:26. Habiendo descubierto que Dios es nuestra consciencia de ser y que esta realidad no condicionada, inmutable (el Yo soy), es el único creador, veamos por qué la Biblia habla de una trinidad como creadora del mundo. En el verso 26 del primer capítulo del Génesis, se afirma: «Y Dios dijo: "Hagamos aI hombre a nuestra imagen"». Las iglesias se refieren a esta pluralidad de Dioses como Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Jamás han intentado explicar lo que quieren decir con «Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo», porque no saben nada acerca de este misterio. Padre, Hijo y Espíritu Santo son los tres aspectos o condiciones de la consciencia de ser, no condicionada, llamada Dios. La consciencia de ser precede a la consciencia de ser algo. Esa conciencia no condicionada que precede a todos los estados de consciencia es Dios: Yo soy. Los tres aspectos condicionados o divisiones de sí misma pueden explicarse mejor de esta manera. La actitud receptiva de la mente es ese aspecto que recibe impresiones y, por lo tanto, puede compararse al útero o a la Madre. Aquello que hace la impresión es el aspecto masculino o que presiona y, por lo tanto, es conocido como el Padre. La impresión, con el tiempo, se convierte en una expre­sión, la cual es siempre la imagen y semejanza de la impre­sión; por lo tanto, se dice que este aspecto materializado es el Hijo que da fe de su Padre-Madre. La comprensión de este misterio de la trinidad permite a la persona que lo comprende transformar por completo su mundo y crearlo a su propio gusto. He aquí una aplicación práctica de este misterio. Siéntate en silencio y decide que es lo que más te gustaría expresar o poseer. Cuando lo hayas decidido, cierra los ojos y aleja tu atención completamente de aquello que negaría la realiza­ción de la cosa deseada. A continuación, adopta una actitud mental receptiva y juega al juego de suponer, imaginando cómo te sentirías si realizaras tu deseo ahora. Empieza por escuchar como si el espacio te estuviera hablando y diciéndote que ahora eres aquello que deseas ser. Esta actitud receptiva es el estado de consciencia que debes adoptar para que se pueda realizar una impresión. Cuando hayas alcanzado este estado de ánimo flexible e impresiona­ble, entonces empieza a grabar en ti el hecho de que eres eso que deseas ser, afirmando y sintiendo que ahora estás expre­sando y poseyendo aquello que habías decidido ser y tener. Continúa con esta actitud hasta que se realice la impresión. Cuando contemplas ser y poseer aquello que has decidido ser y tener, notarás que, con cada inhalación de tu respiración, una emoción alegre recorre todo tu ser. Esta emoción aumenta en intensidad cuando sientes cada vez más la ale­gría de ser aquello que estás afirmando ser. Luego, en una última inhalación profunda, todo tu ser explosionará con la alegría de la realización y sabrás, por tu sentimiento, que estás fecundado por Dios, el Padre. En cuanto la impresión esté hecha, abre los ojos y regresa al mundo que unos instantes antes dejaste fuera. En esta actitud receptiva, mientras contemplabas ser aquello que deseabas ser, en realidad estabas realizando el acto espiritual de la generación. Así que ahora puedes volver de esa meditación silenciosa como un ser preñado, que lleva en su vientre un hijo o una impresión, que ha sido concebido inmaculadamente sin la ayuda del hombre. La duda es la única fuerza capaz de molestar a la semilla o la impresión. Para evitar perder un bebé tan maravilloso, mantén el secreto durante el lapso de tiempo que tardará la impresión en convertirse en una expresión. No le hables a nadie de tu romance espiritual. Encierra tu secreto dentro de ti, con alegría, feliz y seguro de que algún día darás a luz al hijo de tu amante expresando y poseyendo la naturaleza de tu impresión. Entonces comprenderás el misterio: «Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen"». Sabrás que la pluralidad de dioses al que se hacía referencia son los tres aspectos de tu propia consciencia y que tú eres la trinidad, que se encuentran en un cónclave espiritual para crear un mundo a imagen y semejanza de aquello eres consciente de ser.

CAPITULO 17: LA ORACIÓN.

“cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” Mateo 6:6. “Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas.” Marcos 11:24. La oración es la experiencia más maravillosa que una persona puede tener. A diferencia de los susurros diarios de la gran mayoría de la humanidad de todas las regiones que, con sus vanas repeticiones, espera que Dios la oiga, la oración es el éxtasis de una boda espiritual que tiene lugar en la profun­da y silenciosa quietud de la consciencia. En su verdadero sentido, la oración es la ceremonia de matrimonio con Dios. Del mismo modo que, el día de su boda, una muchacha renuncia al apellido de su familia para adoptar el apellido del marido, asimismo la persona que reza debe renunciar a su nombre o naturaleza actual y adoptar la naturaleza de aquello por lo que reza. Los evangelios han instruido claramente a las personas sobre la realización de esta ceremonia de la siguiente manera: "Cuando reces, entra en tu interior en secreto y cierra la puerta y, tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará abiertamente» (Mateo 6:6). Entrar en tu interior es entrar en los aposentos nupciales. Del mismo modo que en la noche de bodas sólo se permite que entren el novio y la novia en una ha­bitación tan sagrada como es la suite nupcial, tampoco se permite que nadie, excepto la persona que reza y aquello por lo que reza, entre en el momento sagrado de la oración. De la misma manera que al entrar en la suite nupcial el novio y la novia cierran la puerta al mundo exterior, también la persona que entra en el momento sagrado de la oración debe cerrar la puerta de los sentidos y dejar el mundo que le rodea absolutamente fuera. Esto se logra alejando la atención com­pletamente de todas las cosas que no sean aquello de lo que ahora estás enamorado (la cosa deseada). La segunda fase de esta ceremonia espiritual está defi­nida en estas palabras: «Cuando recéis, creed que habéis recibido y recibiréis». Cuando crees alegremente ser y poseer aquello que deseas ser y tener, has dado este segundo paso y, por lo tanto, estás realizando espiritualmente actos de matrimonio y generación. Tu actitud mental receptiva mientras rezas o contemplas podría compararse a una novia o a un útero, porque es ese aspecto de la mente el que recibe las impresiones. Aquello que contemplas ser es el novio, porque es el nombre o la natura­leza que adoptas y, por lo tanto, es aquello que deja su fecun­dación. De modo que uno renuncia a la soltería o a su actual naturaleza cuando adopta el nombre y la naturaleza de la fecundación. Perdido en la contemplación y habiendo adoptado el nombre y la naturaleza de la cosa contemplada, todo tu ser ­se emociona con la alegría de ser eso. Esta emoción que recorre todo tu ser cuando te apropias de la consciencia de tu deseo es la prueba de que estás casada y has sido fecundada. Cuando regresas de esta meditación silenciosa, la puerta se abre una vez más al mundo que dejaste atrás. Pero esta vez regresas como una novia embarazada. Entras en el mundo siendo un ser transformado y, aunque sólo tú sabes de este maravilloso romance, muy pronto el mundo verá las señales de tu embarazo, porque empezarás a expresar aquello que en tus momentos de silencio sentiste que eras. La madre del mundo, o la novia del Señor, se llama expresamente María, o agua, porque el agua pierde su identidad cuando adopta la naturaleza de aquello con lo que se mezcla. Asimismo, María, la actitud mental receptiva, debe perder su identidad al adoptar la naturaleza de la cosa deseada. Únicamente cuando uno está dispuesto a renunciar a sus limitaciones y a su identidad del presente, puede uno convertirse en aquello que desea ser. La oración es la fórmula mediante la cual se realizan esos divorcios y esos matrimonios. «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo, eso se establecerá en la Tierra.» (Mateo 18:19). Los dos que se ponen de acuerdo son tú, que eres la novia, y la cosa deseada, que es el novio. Cuando se logre este acuerdo, nacerá un niño que dará fe de esta unión. Empezarás a expresar y a poseer aquello que eres consciente de ser. Rezar es, por lo tanto, reconocer que eres aquello que deseas ser, en lugar de rogarle a Dios que te dé aquello que deseas. Millones de plegarias se quedan sin responder a diario porque el ser humano le reza a un Dios que no existe. Puesto que la consciencia es Dios, uno debe buscar en la consciencia la cosa deseada adoptando la consciencia de la cualidad que uno desea. Sólo cuando uno hace esto, sus plegarias son respondidas. Ser consciente de ser pobre mientras uno reza para tener riqueza es ser recompensado con aquello que uno es consciente de ser: es decir, con pobreza. Para que las ora­ciones tengan éxito deben ser afirmadas y apropiadas. Adop­ta la consciencia positiva de la cosa deseada. Cuando tengas tu deseo definido, entra silenciosamente en tu interior y cierra la puerta detrás de ti. Piérdete en tu deseo; siente que eres uno con él; mantente en esta fijación hasta que hayas absorbido la vida y el nombre afirmando y sintiendo que eres y tienes lo que deseabas. Cuando salgas de tu momento de oración, debes hacerlo siendo consciente de ser y poseer aquello que hasta ese momento deseabas.

CAPITULO 18: LOS DOCE DISCIPULOS.

“Entonces llamando a sus doce discípulos, Jesús les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.” Mateo 10:1.

Los doce discípulos representan las doce cualidades de la mente que pueden ser controladas y disciplinadas por el ser humano. Si son disciplinadas, obedecerán en todo momento las órdenes de quien las ha disciplinado. Estas doce cualidades en el ser humano son potenciales de todas las mentes. Cuando están indisciplinadas, sus actos recuerdan más a los actos de una pandilla que a los de un ejército entrenado y disciplinado. El origen de todas las tormentas y confusiones en las que está sumergido el ser humano puede hallarse directamente en esas doce características mal relacionadas de la mente humana en su actual estado inactividad. Hasta que sean despertadas y disciplinadas, permitirán que cada rumor y cada emoción sensual les afecten. Cuando las doce están disciplinadas y se tiene un control sobre, el que ejerce este control les dirá: «A partir de ahora no os llamaré esclavas, sino amigas» (Juan 15:15). Sabe que, a partir de ese momento, cada atributo de la mente adquirido y disciplinado será su amigo y le protegerá. Los nombres de las doce cualidades revelan sus natura­lezas. No se les da estos nombres hasta que son llamados a ser discípulos. Estos son: Simón, que más tarde fue llama­do Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananita y Judas. (Mateo 10; Marcos 1; Marcos 3; Lucas 6). La primera cualidad que debe ser llamada y disciplinada es Simón, o el atributo del oído. Esta facultad, cuando es elevada al nivel de un discípulo, permite que sólo lleguen a la consciencia aquellas impresiones que el oído le ha ordenado que deje entrar. No importa lo que la sabiduría de la persona pueda sugerir o la evidencia de sus sentidos pueda transmi­tir; si dichas sugerencias e ideas no están de acuerdo con lo que oye, permanece inmutable. Esta ha sido instruida por su Señor y entiende que cada sugerencia que permite que pase por su puerta, al llegar a su Señor y Maestro (su consciencia), dejará su impresión ahí y, con el tiempo, esa impresión se convertirá en una expresión. La instrucción a Simón es que debería permitir únicamen­te la entrada de visitantes dignos y honorables a la casa (la consciencia) de su Señor. Ningún error puede tapar u ocultar a su Maestro, porque cada expresión de la vida le dice a su Señor a quién ha prestado atención consciente o inconscien­temente. Cuando Simón, por sus obras, demuestra que es un dis­cípulo sincero y fiel, entonces recibe el nombre de Pedro o la piedra, el discípulo impasible, el que no puede ser sobor­nado o coaccionado por ningún visitante. Su Señor lo ha llamado Simón Pedro, el que escucha fielmente las órdenes de su Señor y decide qué órdenes no escucha. Es este Simón Pedro quien descubre que el Yo soy es Cristo y, por su descubrimiento, se le dan las llaves del Cielo y se convierte en la piedra fundamental sobre la cual descansa el Templo de Dios. Los edificios deben tener cimientos firmes y solo el oír disciplinado, al saber que el Yo soy es Cristo, pue­de mantenerse firme e impasible en el conocimiento de que Yo soy Cristo y aparte de Mí no hay ningún otro salvador. La segunda cualidad llamada a ser un discípulo es Andrés, o la valentía. Cuando se desarrolla la primera cualidad, la fe en uno mismo, automáticamente hace que nazca su herma­, la valentía. La fe en uno mismo, que no pide la ayuda del hombre, sino que se apropia en silencio y por sí sola de la consciencia de la cualidad deseada (a pesar de la razón o de la evidencia de sus sentidos, que le indican lo contrario) sigue siendo fiel, esperando pacientemente con el conocimiento de que su afirmación invisible, si se mantiene, debe realizarse. Esta fe desarrolla una valentía y una fortaleza de carácter que están más allá de lo que pueda llegar a imaginar la persona indisciplinada cuya fe está en las cosas visibles. La fe de la persona indisciplinada no puede llamarse verdaderamente fe. Porque si le quitamos a una persona los ejércitos, las medicinas o la sabiduría en las que pone su fe, la fe y la valentía desaparecen con ella. Pero a la persona disciplinada le podemos arrebatar el mundo entero y, sin embargo, seguirá teniendo fe, con el conocimiento de que el estado de consciencia en el que mora se encarnará a su debido tiempo. Esta valentía es el hermano de Pedro, Andrés, el discípulo que sabe lo que es atreverse, hacer y guardar silencio. Las siguientes dos cualidades que son llamadas también están relacionadas. Son los hermanos Santiago y Juan, San­tiago el justo, el juez recto, y su hermano Juan, el amado. Para que la justicia sea sabia, debe ser administrada con amor, poniendo siempre la otra mejilla y respondiendo en todo momento al mal con el bien, al odio con amor, a la violencia con no-violencia. Cuando el discípulo Santiago, símbolo de un juicio disci­plinado, es elevado al alto cargo de juez supremo, se le debe poner una venda en los ojos para que no sea influido por la carne y no juzgue por las apariencias. El juicio disciplinado es administrado por alguien que no está influido por las apariencias. El que llamó a estos hermanos a ser sus discí­pulos se mantiene fiel a su orden de oír únicamente aquello que le han ordenado oír, es decir, el Bien. La persona que tiene la cualidad de una mente disciplinada es incapaz de oír y aceptar como cierta cualquier cosa, sobre ella o sobre otra persona, que, al oírla, no llene su corazón con amor. Estos dos discípulos o aspectos de la mente son uno e inseparables cuando son despertados. Alguien tan discipli­nado perdona a todas las personas por ser como son. Puesto que es un juez sabio, sabe que cada persona expresa a la per­fección aquello que, como ser humano, es consciente de ser. Sabe que sobre los cimientos inmutables de la consciencia descansan todas las manifestaciones y que los cambios de expresión pueden producirse únicamente mediante un cam­bio en la consciencia. Sin condena ni críticas, estas cualidades disciplinadas de la mente permiten que todo el mundo sea como es. No obs­tante, aunque permite que todas las personas tengan esta libertad de escoger, siempre están vigilantes para ver que predigan y hagan (pura sí mismas y para los demás) sola­mente aquellas cosas que, cuando son expresadas, glorifican, dignifican y dan alegría a quien las expresa. La quinta cualidad llamada a ser un discípulo es Felipe. Este pidió que le mostraran al Padre. La persona despierta sabe que el Padre es el estado de consciencia en el que habita el ser humano y que ese estado o Padre sólo puede verse cuando es expresado. Sabe que está hecha a la perfecta ima­gen o semejanza de esa consciencia con la que se identifica. De modo que declara: «Nadie ha visto jamás a mi Padre, pero yo, el hijo, que moro en su seno, lo he revelado (Juan 1:18). Por lo tanto, cuando me veis a mí, el hijo, veis a mi Padre, porque he venido para dar fe de mi Padre» (Juan 14:7). (Jesús le dijo*: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?, ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas. Juan 14:9-11). Mi Padre y yo, la consciencia y su expresión, Dios y el hombre, son uno. Este aspecto de la mente, cuando se disciplina, persiste hasta que las ideas, las ambiciones y los deseos se convierten en realidades encarnadas. Ésta es la cualidad que afirma: «Pero en mi carne veré a Dios» (Job 19:26). Sabe cómo convertir la palabra en carne (Juan 1:14), cómo dar forma a lo informe. El sexto discípulo se llama Bartolomé. Esta cualidad es la facultad imaginativa, una cualidad de la mente que cuando está despierta te diferencia de las masas. Una imaginación despierta coloca al que ha despertado por encima de la persona media, dándole la apariencia de un rayo de luz en un mundo de oscuridad. Ninguna cualidad separa tanto a una persona de otra como la imaginación disciplinada. Es como separar el trigo de la paja. Los que más han aportado a la sociedad son nuestros artistas, científicos, inventores y otras personas con una imaginación vivida. Si hicieran un estudio para determinar por qué muchos hombres y mujeres fracasan en los años posteriores a la universidad, mientras que otros triunfan, encontraríamos que la imaginación había jugado un papel importante. Un estudio de ese tipo mostraría que es la imaginación o la falta de ella la que hace que una persona sea un líder, o un segundón. En lugar de desarrollar la imaginación del ser humano, nuestro sistema educativo a menudo la sofoca al intentar in­troducir en la mente de la persona la sabiduría que busca. La obliga a memorizar una serie de libros de texto que, con demasiada rapidez, son refutados por libros posteriores. La educación no se consigue introduciendo algo en una perso­na; su propósito es extraer de la persona la sabiduría que está latente en ella. Espero, lector, que conviertas a Bartolomé en tu discípulo, porque únicamente cuando esta cualidad sea elevada a la categoría de discípulo, tendrás la capacidad de concebir ideas que te elevarán más allá de las limitaciones del hombre. El séptimo se llama Tomás. Esta cualidad disciplinada duda, o niega, cada rumor o sugerencia que no está en ar­monía con lo que se le ha ordenado a Simón Pedro que deje entrar. La persona que es consciente de estar sana (no porque ha heredado una buena salud, ni por la dieta o el clima, sino porque ha despertado y conoce el estado de consciencia en el que vive) continuará expresando una buena salud, a pesar de las condiciones del mundo. Podría enterarse a través de la prensa, la radio y los sabios del mundo que una plaga está arrasando la Tierra y, sin embargo, seguiría impasible y no se dejaría impresionar. Tomás, el que duda, si está disciplinado, negará que la enfermedad, o cualquier otra cosa que no esté en sintonía con la consciencia a la que pertenece, tenga algún poder para afectarlo. Es la cualidad de la negación, cuando está disciplinada, evita que la persona reciba impresiones que no están en ar­monía con su naturaleza. Adopta una actitud de indiferencia absoluta a todas las sugestiones que son ajenas a aquello que desea expresar. La negación disciplinada no es una lucha, sino indiferencia absoluta. Mateo, el octavo, es el don de Dios. Esta cualidad de la mente revela que los deseos del hombre son regalos de Dios. La persona que ha llamado a este discípulo a la existen­cia sabe que todos los deseos de su corazón son un regalo del Cielo y que contienen el poder y el plan para su expresión. Una persona así jamás cuestiona la forma en que se expresará. Sabe que el plan de expresión nunca le es revelado al hombre porque no se pueden averiguar las formas de actuar de Dios. (Romanos 11:33). Acepta completamente sus deseos como regalos que ya ha recibido y sigue su camino en paz, confiando en que aparecerán. El noveno discípulo se llama Santiago hijo de Alfeo. Esta es la cualidad del discernimiento. Una mente clara y ordenada es la voz que llama a este discípulo a la existencia. Esta facultad percibe aquello que no ha sido revelado para el ojo humano. Este discípulo no juzga por las apariencias, porque tiene la capacidad de funcionar en la esfera de las causas, por lo tanto, jamás se deja engañar por las apariencias. La clarividencia es la facultad que se despierta cuando esta cualidad está desarrollada y disciplinada; no la clarividencia de las sesiones de espiritismo de los médiums, sino la auténtica clarividencia o capacidad de ver claramente de los místicos. Es decir, este aspecto de la mente tiene la capa­cidad de interpretar lo que se ve. El discernimiento o la ca­pacidad de diagnosticar es la cualidad de Santiago, hijo de Alfeo. Tadeo, el décimo, es el discípulo de la alabanza, una cua­lidad de la que carece por completo la persona indisciplina­da. Cuando esta cualidad de la alabanza y el dar las gracias está despierta dentro de la persona, ésta se pasea con las pala­bras «Gracias, Padre» en los labios. Sabe que su gratitud por las cosas no vistas abre las ventanas del cielo y permite que se viertan sobre él regalos que van más allá de su capacidad de recibir. La persona que no se siente agradecida por las cosas reci­bidas probablemente no recibirá muchos regalos de la mis­ma fuente. Hasta que esta cualidad de la mente esté disci­plinada, el ser humano no verá al desierto florecer como una rosa. La alabanza y la gratitud son a los regalos invisibles de Dios (los deseos que uno tiene) lo que la lluvia y el Sol a las semillas invisibles que están en el seno de la tierra. La undécima cualidad es Simón de Cana. Una frase clave para este discípulo es «Oír buenas noticias». Simón de Cana, o Simón de la tierra de la leche y la miel, cuando es llamado a ser discípulo, es la prueba de que alguien que posee esta facultad es consciente de la abundancia de la vida. Puede decir con el salmista David: «Me preparas una mesa en pre­sencia de mis enemigos, perfumas con ungüento mi cabeza y me llenas la copa a rebosar» (Salmos 23:5). Este aspecto disciplinado de la mente es incapaz de oír nada que no sean buenas noticias y, por lo tanto, está bien cualificada para predicar el Evangelio o el Buen hechizo.* (Nota de la Traductora: Aquí el autor hace un juego de palabras. «Evangelio» en inglés es «Gospel» y «Buen hechizo» es «Good-spell»). La duodécima y última de las cualidades disciplinadas de la mente se llama Judas. Cuando esta cualidad está despier­ta, la persona sabe que debe dejar de ser lo que es para poder convenirse en lo que desea ser. Así, se dice de este discípulo que se suicidó, que es la manera que tiene el místico de de­cirle al iniciado que Judas es el aspecto disciplinado del des­prendimiento. Este sabe que su Yo soy, o consciencia, es su salvador, de modo que deja ir a todos los demás salvadores. Esta cualidad, cuando está disciplinada, le da a la persona la fuerza para soltar. La persona que ha llamado a Judas a la existencia ha apren­dido a alejar su atención de los problemas o las limitaciones y a ponerla en aquello que es la solución o el salvador. «El que no nace de nuevo no puede entrar en el Reino de los Cielos.» (Juan 3:3). «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por un amigo.»(Juan 15:13). Cuando la persona se da cuenta de que la cuali­dad deseada, si se realiza, le salvará y será su amiga, renuncia de buena gana a su vida (su concepto actual de sí misma) por su amiga, apartando su consciencia de aquello que es consciente de ser y adoptando la consciencia de aquello que desea ser. Cuando el hombre despierte de su estado indisciplinado, Judas, un discípulo al que el mundo, en su ignorancia, ha desacreditado, será colocado en un lugar elevado, porque Dios es amor y nadie tiene mayor amor que este, que dejar su vida por un amigo. La persona no se convertirá en aquello que desea ser hasta que abandone eso que ahora es conscien­te de ser; y Judas es el que consigue esto a través del suicidio o el desprendimiento. Estas son las doce cualidades que le fueron dadas al hom­bre en la creación del mundo. El deber del ser humano es elevarlas al nivel de discípulas. Cuando logre esto, dirá: «He acabado la obra que me encomendaste y te he glorificado en la Tierra. Ahora, Padre, glorifícame tú junto a ti con la glo­ria que tenía contigo antes de existir el mundo».

CAPITULO 19: LUZ LIQUIDA.

“En Él vivimos, nos movemos y existimos.” Hechos 17:28.

Psíquicamente, este mundo es como un océano de luz que contiene en su interior todas las cosas, incluido el ser huma­no, como cuerpos palpitantes envueltos en luz líquida. La historia bíblica del Diluvio (Génesis 6-8) es el estado en el que vive el hombre. En realidad está envuelto en un océano de luz líquida en el que se mueve una gran cantidad de seres de luz. La historia del Diluvio sigue representándose en la actualidad. El ser humano es el Arca que contiene en su interior los principios masculino-femenino de todo ser vivo. La paloma, o la idea, que es enviada para que encuentre tierra firme el intento del ser humano de encarnar sus ideas. Las ideas del ser humano recuerdan a las aves en vuelo: como la paloma del relato bíblico, regresan a él sin encontrar un lugar donde descansar. Si la persona no permite que estas búsquedas infructuosas la desanimen, un día el ave regresará con una ramita verde. Cuando haya adoptado la consciencia de la cosa deseada, se convencerá de que es así, y sentirá y sabrá que es aquello de lo que se ha apropiado conscien­temente, aunque todavía no haya sido confirmado por sus sentidos. Un día, la persona se identificará tanto con su idea que sabrá que eso es ella, y declarará: «Yo SOY. Yo soy lo que deseo ser (Yo soy lo que Yo soy).» Descubrirá que, al hacer esto, empezará a encarnar su deseo (esta vez, la paloma o el deseo encontrará tierra firme), realizando así el misterio de la palabra hecha carne. Todo en el mundo es una cristalización de esta luz líqui­da. Yo soy la luz del mundo (Juan 8:12; Juan 9:5; Juan 12:46). Tu consciencia de ser es la luz líquida del mundo que se cristaliza en las ideas que tienes de ti mismo. Tu consciencia de ser no condicionada fue concebida pri­mero en la luz líquida (que es la velocidad inicial del uni­verso). Todas las cosas, desde las vibraciones (o expresiones) más altas hasta las más bajas de la vida no son más que dis­tintas vibraciones o velocidades de esta velocidad inicial. El oro, la plata, el hierro, la madera, la carne, etc., sólo son diferentes expresiones o velocidades de esta única sustancia: luz líquida. Todas las cosas son luz líquida cristalizada. La diferencia­ción o infinidad de expresiones está causada por el deseo de la persona que las concibe de conocerse a sí misma. Tu con­cepto de ti mismo determina automáticamente la velocidad necesaria para expresar aquello que has concebido que eres. El mundo es un océano de luz líquida en innumerables estados diferentes de cristalización.

CAPITULO 20: EL ALIENTO DE VIDA.

“Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.” Génesis 2:7. “Como no sabes cuál es el camino del viento, o cómo se forma los huesos en el vientre de la mujer encinta, tampoco conoces la obra de Dios que hace todas las cosas.” Eclesiastés 11:5. “Y sucedió que después de estas cosas, se enfermó el hijo de la mujer dueña de la casa; y su enfermedad fue tan grave que no quedó aliento en él.” 1 Reyes 17:17. “Entonces subió y se acostó sobre el niño, y puso la boca sobre su boca, los ojos sobre sus ojos y las manos sobre sus manos, y se tendió sobre él; y la carne del niño entró en calor.” 2 Reyes 4:34. “Pero después de los tres días y medio, el aliento de vida de parte de Dios vino a ellos y se pusieron en pie, y gran temor cayó sobre quienes los contemplaban.” Apocalipsis 11:11. ¿El Profeta Elías realmente le devolvió la vida al hijo muerto de la viuda? Esta historia, como todas las de la Biblia, es un drama psicológico que tiene lugar en la consciencia del hombre. La viuda simboliza a todos los hombres y mujeres del mundo; el niño muerto representa los deseos y ambiciones frustrados del ser humano; mientras que el profeta Elías simboliza el poder de Dios dentro del hombre, o su .consciencia de ser. La historia a nos cuenta que el profeta tomó al niño muerto del seno de su madre y lo llevó a una habitación alta. Cuando entró en esa habitación, cerró la puerta detrás de ellos. Colocando al niño sobre una cama, le insufló el aliento de vida. Luego regresó a donde estaba la madre, le entregó a su hijo y le dijo: «Mujer, tu hijo vive» (1 Reyes 17:23, y 2 Reyes 4:36). Los deseos del ser humano pueden simbolizarse en el niño muerto. El mero hecho de desear algo es una prueba positiva de que la cosa deseada todavía no es una realidad viviente en su mundo. Intenta de todas las formas imaginables convertir su deseo en realidad, darle vida, pero al final descubre que todos los intentos son vanos. La mayoría de las personas no es consciente de la existencia del poder infinito que está en su interior. Siguen teniendo indefinidamente al niño muerto en sus brazos, sin darse cuenta de que el deseo es la indicación positiva de las capacidades ilimitadas de su realización. Si la persona reconoce una vez que su consciencia es un profeta que insufla vida a todo lo que ella es consciente de ser, cerrará la puerta de sus sentidos a su problema y fijará su atención únicamente en aquello que desea, sabiendo que al hacerlo sus deseos se harán realidad. Descubrirá que el reconocimiento es el aliento de vida, pues percibirá (porque aho­ra declara conscientemente que está expresando o poseyendo todo lo que desea ser o tener) que estará insuflando el aliento de vida a su deseo. La cualidad reclamada para el deseo (en cierto modo, desconocida para ella) empezará a moverse y a convertirse en una realidad viva en su mundo. Sí, el Profeta Elías vive eternamente como la consciencia ilimitada de ser, la viuda como su consciencia limitada de ser y el niño como aquello que desea ser.

CAPITULO 21: DANIEL EN EL FOSO DE LOS LEONES.

“…Tu Dios, a quien sirves con perseverancia, Él te librará.” Daniel 6:16.

La historia de Daniel es la historia de todas las personas. Está escrito que Daniel, mientras estuvo encerrado en el foso de los leones, dio la espalda a las bestias hambrientas y, con la vista enfocada en la luz que entraba desde arriba, rezó al único Dios. Los leones, que habían sido privados de alimentación intencionadamente para el festín, fueron incapaces de hacer daño al profeta. La fe en Dios de Daniel era tan grande que finalmente propició su libertad y que le asignaran un alto cargo en el gobierno de su país. (Daniel 6:13-28). Esta historia fue escrita para que te instruyeras en el arte de liberarte de cualquier problema o prisión en el mundo. Lo único que nos preocuparía a la mayoría de nosotros si nos encontráramos en el foso de los leones, serían los leones. No pensaríamos en ningún otro problema en el mundo entero, excepto el de los leones. Sin embargo, nos cuentan que Daniel les dio la espalda y miró hacia la luz que era Dios. Si pudiéramos seguir el ejemplo de Daniel al sentirnos amenazados por cualquier desastre, como, por ejemplo, los leones, la pobreza o la enfermedad; si, como Daniel, también nosotros pudiéramos llevar nuestra aten­ción a la luz que es Dios, nuestras soluciones serían igual de simples. Si, por ejemplo, te encarcelaran, nadie tendría que de­cirte que lo que deberías desear es la libertad. La libertad, o mejor dicho, el deseo de ser libre, sería automático. Lo mismo se aplicaría si te encontraras enfermo o endeudado o en cualquier otro apuro. Los leones representan las situacio­nes aparentemente sin solución, de una naturaleza amenaza­dora. Todo problema produce automáticamente su solución en la forma de un deseo de liberarnos del problema. Por lo tanto, dale la espalda a tu problema y centra tu atención en la solución deseada, sintiendo que ya eres aquello que deseas. Continúa con esa creencia y descubrirás que los muros de tu prisión desaparecen cuando empiezas a expresar aquello que ahora eres consciente de ser. He visto a personas, aparentemente con grandes deudas, aplicar este principio, y en muy poco tiempo esas montañas habían desaparecido. También he visto aplicar este principio a personas a quienes los médicos habían diagnosticado una enfermedad incurable y, en un período de tiempo increíble­mente corto, su enfermedad supuestamente incurable había desaparecido sin dejar rastro. Debes ver tus deseos como las palabras pronunciadas por Dios, y cada palabra como una profecía de lo que puedes llegar a ser. No cuestiones si eres digno, o no, de que tus de­seos se hagan realidad. Acéptalos cuando lleguen a ti. Agradécelos como si fueran regalos. Siéntete feliz y agradecido por haber recibido esos regalos maravillosos. Luego, sigue tu camino en paz. Esta sencilla aceptación de tus deseos es como dejar caer una semilla fértil en una tierra siempre preparada. Cuando dejas caer tu deseo en la consciencia como si fuera una semi­lla, seguro de que aparecerá en todo su potencial, has hecho todo lo que se espera de ti. Preocuparte o interesarte por la manera en que se despliega es mantener esas semillas fértiles agarradas mentalmente y, por lo tanto, impedir que madu­ren hasta la cosecha. No estés angustiado o preocupado por los resultados. Los resultados llegarán con la misma seguridad con que el día sigue a la noche. Ten fe en esta siembra hasta que la eviden­cia se manifieste mostrándote que así es. Tu confianza en este procedimiento te dará grandes recompensas. Sólo es­perarás un poco en la consciencia de la cosa deseada; luego, súbitamente, y cuando menos te lo esperes, la cosa sentida se convertirá en tu expresión. La vida no hace diferencias entre las personas (Hechos 10:34; Romanos 2:11), ni destruye nada; continúa manteniendo vivo aquello que la persona es consciente de ser. Las cosas desaparecerán únicamente cuando la persona cambie su consciencia. Por mucho que lo quieras negar, sigue siendo un hecho que la consciencia es la única realidad y que las cosas no son más que un reflejo de aquello que eres consciente de ser. El estado celestial que buscas lo encontrarás únicamente en la consciencia, porque el Reino de los Cielos está dentro de ti. Tu consciencia es la única realidad viva, la cabeza eterna de la creación. Aquello que eres consciente de ser es el cuerpo temporal que vistes. Alejar tu atención de lo que eres consciente de ser es decapitar al cuerpo, pero del mismo modo que un pollo o una serpiente continúa saltando y palpitando durante un rato después de que se la haya cor­tado la cabeza, también las cualidades y condiciones pare­cen vivir durante un tiempo después de que hayas retirado tu atención de ellas. El hombre, al no conocer esta ley de la consciencia, pien­sa constantemente en sus condiciones habituales anteriores y, al prestarles atención, coloca sobre esos cuerpos muertos la cabeza eterna de la creación. De ese modo los reanima y los resucita. Debes dejar en paz a esos cuerpos muertos y dejar que los muertos entierren a los muertos. (Mateo 8:22; Lucas 9:60). Una vez que la persona ha puesto la mano en el arado (es decir, cuando ha adoptado la consciencia de la cualidad deseada), si mira atrás lo único que conseguirá será frustrar su oportunidad de entrar en el Reino de los Cielos. (Lucas 9:62). Puesto que la voluntad del Cielo siempre se hace en la Tierra, actualmente estás viviendo en el Cielo que has esta­blecido dentro de ti, porque tu Cielo se revela en esta Tierra. El Reino de los Cielos realmente está cerca. Ahora es el mo­mento aceptado, así que crea un nuevo Cielo, entra en un nuevo estado de consciencia y aparecerá una nueva Tierra.

CAPITULO 22: PESCANDO.

“Fueron y entraron en la barca, y aquella noche no pescaron nada.” Juan 21:3. “Y Él les dijo: Echad la red al lado derecho de la barca y hallaréis pesca. Entonces la echaron, y no podían sacarla por la gran cantidad de peces.” Juan 21:6. Está escrito que los discípulos estuvieron pescando toda la noche y no pescaron nada. Entonces apareció Jesús en escena y les dijo que echaran sus redes otra vez, pero que esta vez las echaran al lado derecho. Pedro obedeció a la voz de Jesús y echó sus redes una vez más al agua. Ahí donde unos minutos antes no había habido ningún pez en el agua, las redes casi se rompieron por la cantidad de peces cogidos. (Juan 21:3-6). El ser humano, pescando durante la noche de la ignorancia humana, intenta realizar sus deseos mediante el esfuerzo, y la lucha, y al final descubre que su búsqueda ha sido infructuosa. Cuando descubra que su consciencia de ser es Cristo Jesús, obedecerá a su voz y dejará que dirija su pesca. Echará el anzuelo al lado derecho; aplicará la ley de la forma correcta y buscará en su consciencia aquello que desea. Al encontrarlo ahí, sabrá que se multiplicará en el mundo de la forma. Las personas que han tenido el gusto de pescar saben lo emocionante que es sentir al pez en el anzuelo. La mordida del pez va seguida de su juego y después de ese juego se saca al pez del agua. Algo parecido ocurre en la consciencia del hombre cuando pesca en busca de las manifestaciones de la vida. Los pescadores saben que si quieren pescar un pez gran­de deben hacerlo en aguas profundas. Si quieres obtener mucho de la vida, debes dejar atrás las aguas superficia­les, con sus numerosos arrecifes y barreras, y lanzarte a las azules aguas profundas donde juegan los grandes. Para atrapar las grandes manifestaciones de la vida debes entrar en estados de consciencia más profundos y más libres. Las grandes expresiones de la vida viven únicamente en esas profundidades. Esta es una fórmula sencilla para tener una pesca exitosa. Primero, decide qué es lo que quieres expresar o poseer. Esto es esencial. Debes saber claramente lo que quieres de la vida para poder pescarlo. Después de tomar tu decisión, aléjate del mundo de los sentidos, retira tu atención del problema y ponía en el mero hecho de existir, repitiendo en silencio pero con sentimiento: «Yo soy». Cuando alejes tu atención del mundo que te rodea y la colocas en el Yo soy, de manera que te pierdas en el sentimiento de simplemente existir, te encontrarás deslizando el ancla que te ataba a las superficia­lidades de tu problema y, sin ningún esfuerzo, descubrirás que estás avanzando hacia las profundidades. La sensación que acompaña a este acto es una sensación de expansión. Sentirás que te elevas y te expandes, como si realmente estuvieras creciendo. No temas a esta experiencia de flotar y crecer, porque no vas a perder nada, excepto tus limitaciones. Pero rus limitaciones van a desaparecer cuando te alejes de ellas, porque sólo viven en tu consciencia. En esta consciencia profunda y expandida, sentirás que eres una poderosa fuerza pulsante tan profunda y rítmica como el mar. Esta sensación de expansión es la señal de que ahora estás en las profundas aguas azules, donde nadan los peces grandes. Imagina que el pez que decides pescar es la salud y la libertad. Empiezas a pescar en estas profundida­des informes y pulsantes de ti en busca de esas cualidades o estados de consciencia, y lo haces sintiendo «Yo soy una persona sana», «Yo soy libre». Continúas afirmando y sin­tiendo que estás sano y eres libre hasta que la convicción de que eres eso te posee. Cuando la convicción nazca dentro de ti, de manera que todas las dudas desaparezcan y sepas y sientas que te has li­berado de las limitaciones del pasado, sabrás que has atrapa­do esos peces. La alegría que recorre todo tu ser al sentir que eres aquello que deseas ser es igual a la emoción del pescador cuando atrapa a sus peces. A continuación viene el juego del pez. Esto se consigue regresando al mundo de los sentidos. Cuando abres los ojos al mundo que te rodea, la convicción y la consciencia de que estás sano y eres libre deberían estar tan instaladas en tu interior que todo tu ser se emocione con la expectación. Luego, mientras recorres el necesario lapso de tiempo que tornarán las cosas sentidas en encarnarse, sentirás una emoción secreta porque sabes que dentro de poco tendrás eso que ninguna persona puede ver, pero que tú sientes y sabes que eres. En un instante, cuando no estés pensando, mientras ca­minas fielmente con esta consciencia, empezarás a expresar y a poseer eso que eres consciente de ser y poseer, experi­mentando con los pescadores la dicha de pescar al gran pez. Ahora, sal a pescar las manifestaciones de la vida, echando rus redes en el lado correcto.

CAPITULO 23: SEAN OIDOS QUE OYEN.

“Haced que estas palabras penetren en vuestros oídos, porque el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.” Lucas 9:44.

Que estas palabras penetren en vuestros odios: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.” No seas como esas personas que tienen ojos que no ven y oídos que no oyen. Deja que estas revelaciones penetren profunda­mente en tus oídos, porque después de que el Hijo (la idea) haya sido concebido, el hombre, con sus valores falsos (la razón), intentará explicar las razones de la expresión del Hijo y, al hacerlo, la hará pedazos. Cuando las personas están de acuerdo en que algo es humanamente imposible y que, por lo tanto, no se puede hacer, si alguien realiza esa cosa imposible, los sabios que dijeron que eso no podía hacerse empezarán a decirte por qué y cómo ha ocurrido. Cuando hayan acabado rasgando la túnica sin costuras (Juan 19:23), (las causas de la manifestación), esta­rán tan lejos de la verdad como cuando proclamaron que era imposible. Mientras el ser humano busque la causa de la expresión fuera de quien la expresa, buscará en vano. Durante miles de años, se le ha dicho al ser humano: «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25), «Ninguna manifestación llega a mí si yo no la atraigo» (Juan 6:44), pero no quiere creerlo. Prefiere creer que las causas están fuera de él. En cuanto aquello que no era visto se hace visible, el hombre está listo para explicar la causa y el propósito de su aparición. Así pues, el Hijo del Hombre (la idea que desea la manifestación) está siendo destruido constantemente en manos (explicación razonable o sabiduría) del hombre. Ahora que tu consciencia te ha sido revelada como la cau­sa de toda expresión, no regreses a la oscuridad de Egipto con sus muchos dioses. Sólo hay un Dios. El único Dios es tu consciencia. «Y todos los habitantes de la Tierra no cuentan para nada.» «Y él hace lo que quiere con los ejércitos de los Cielos y con los habitantes de la Tierra. Y no hay nadie que pueda detener su mano o le diga: "¿qué haces?"» (Daniel 4:35). Si todo el mundo se pusiera de acuerdo en que cierta cosa no puede ser expresada y, sin embargo, tú fueras consciente de ser aquello que ellos están de acuerdo en que no puede ser expresado, tú lo expresarías. Tu consciencia jamás pide permiso para expresar aquello que eres consciente de ser. Lo hace con na­turalidad y sin esfuerzo, a pesar de la sabiduría del hombre y de toda la oposición. «No saludéis a nadie por el camino.» (Lucas 10:4; 2 Reyes 4:29). Esta no es una or­den de ser insolente o antipático, sino un recordatorio de no reconocer a un superior, a no ver en nadie una barrera a tu expresión. Nadie puede pararte la mano o cuestionar tu capacidad de expresar aquello que eres consciente de ser. No juzgues las cosas por las apariencias, «porque todos son nada a los ojos de Dios» (Isaias 40:17). Cuando los discípulos, por su juicio de las apariencias, vieron al niño demente (Marcos 9:17-29; Lucas 9:37-43), pensaron que era un problema más difícil de resolver que otros que habían visto, así que no lograron curarlo. Al juzgar por las apariencias, olvidaron que todas las cosas son posibles para Dios. (Mateo 19:26; Marcos 10:27). Hipnotizados como estaban por la realidad de las apariencias, no podían sentir la mutualidad de la cordura. La única manera de evitar estos fracasos es tener en men­te que tu consciencia es el Todopoderoso, la presencia sabia. Sin ayuda, esta presencia desconocida que está en tu interior manifiesta sin esfuerzo aquello que eres consciente de ser. Debes ser totalmente indiferente a la evidencia de los sent idos, de manera que puedas sentir la natu­ralidad de tu deseo, y tu deseo se realizará. Dale la espalda a las apariencias y siente la naturalidad de esa percepción perfecta dentro de ti, una cualidad de la que nunca se debe des­confiar o dudar. Su comprensión hará que nunca te desvíes del camino. Tu deseo es la solución a tu problema. Cuando el deseo se realiza, el problema desaparece. No puedes forzar nada hacia fuera con el esfuerzo más poderoso de la voluntad. Sólo hay una manera en que puedes tener a tu disposición las cosas que deseas y es adoptando la consciencia de las cosas deseadas. Hay una gran diferencia entre sentir una cosa y sólo saberla intelectualmente. Debes aceptar sin reservas el hecho de que al poseer (sentir) una cosa en la consciencia, has ordenado a la realidad que la causa venga a la existencia en una forma concreta. Debes estar absolutamente convencido de que hay una conexión con­tinua entre la realidad invisible y su manifestación visible. Tu aceptación interior debe convertirse en una convicción intensa, inalterable, que trasciende tanto a la razón como al intelecto, renunciando enteramente a cualquier creencia en la realidad de la exteriorización, excepto como reflejo de un estado de consciencia interior. Cuando realmente com­prendes y crees estas cosas, has construido una certeza tan intensa que nada puede hacerte tambalear. Tus deseos son realidades invisibles que responden única­mente a las órdenes de Dios. Dios ordena a lo invisible que aparezca, afirmando que él es la cosa ordenada. «Él se hizo igual a Dios y no consideró una usurpación realizar las obras de Dios.» (Filipenses 2:6). Ahora, deja que esta frase penetre profundamente en tus oídos: SÉ consciente de ser aquello que quieres QUE APAREZCA.

CAPITULO 24: CLARIVIDENCIA.

“Teniendo ojos, ¿no veis? Y teniendo oídos, ¿no oís? ¿No recordáis?.” Marcos 8:18 La verdadera clarividencia no se apoya en tu capacidad de ver cosas que están fuera del alcance de la vista humana, sino en tu capacidad de entender lo que ves. Cualquiera puede ver un informe financiero, pero muy pocos pueden leer un informe financiero. La capacidad de interpretar el informe es la señal de que se tiene una vista clara o clarividencia. Nadie sabe mejor que el autor que todos los objetos, animados e inanimados, están envueltos en una luz líquida que mueve y pulsa con una energía mucho más radiante que los propios objetos, pero también sabe que la capacidad de ver esas auras no es igual a la capacidad de entender lo que uno ve en el mundo que le rodea. Para ilustrar este punto, he aquí una historia que todo el mundo conoce, pero que sólo el auténtico místico o clarividente ha comprendido realmente. Sinopsis La historia de Dumas El Conde de Montecristo es, para el místi­co y verdadero clarividente, la biografía de todas las personas.

Sinopsis 1: Edmond Dantès, un joven marinero, encuentra muerto al capitán de su barco. Tomando el mando del navío en medio de un mar agitado por una tormenta, intenta conducir la nave hasta un lugar donde poder echar el ancla.

Comentario 1: La vida misma es un mar agitado por las tormentas en el que el ser humano lucha mientras intenta dirigirse hacia un puerto de descanso. Sinopsis 2: Dantès tiene un documento secreto que debe ser entregado a un hombre al que no conoce, pero que se presentará ante el joven marinero a su debido tiempo. Este documento es un plan para liberar al Emperador Napoleón de su prisión en la Isla de Elba.

Comentario 2: Dentro de cada persona hay un plan secreto que liberará al poderoso emperador que está en su interior. Sinopsis 3: Cuando Dantès llega al puerto, tres hombres (quienes, me­diante adulaciones y lisonjas, han logrado congraciarse con el actual rey), temiendo cualquier cambio que pudiera afectar a sus puestos en el gobierno, hacen que el joven marinero sea arrestado y encerrado en las catacumbas.

Comentario 3: El ser humano, en su intento de hallar seguridad en este inundo, se deja llevar por las falsas luces de la codicia, la vanidad y el poder. La mayoría de las personas creen que la fama, la riqueza o el poder político las van a proteger de las tormentas de la vida. De modo que intentan adquirir estas cosas como anclas en sus vidas, para acabar descubriendo, en su búsqueda de estas cosas, que gradualmente van perdiendo el conocimiento de su vertedero ser. Si el ser humano pone su fe en cosas que no son él mismo, con el tiempo, aquello en lo que pone su fe lo destruye. En ese momento, será como alguien que está prisionero en la confusión y la desesperación. Sinopsis 4: Ahí, en esa tumba, Dantès es olvidado y dejan que se pudra. Pasan muchos años. Entonces, un día Dantès (que, a esas alturas, ya es un esqueleto viviente) oye unos golpes en el muro de su celda. Tras responder a esos golpes, oye la voz de alguien que está al otro lado del muro. Dantès retira una piedra y descubre a un viejo sacerdote que lleva tanto tiempo en prisión que nadie conoce ya el motivo de su encarcelamiento ni el tiempo que lleva ahí. Comentario 4: Ahí, detrás de esos muros de oscuridad mental, la persona permanece en lo que parece una muerte en vida. Después de muchos años de decepción y desilusión, se aleja de esos falsos amigos y descubre en su interior al anciano (su consciencia de ser) que ha estado enterrado desde el día en que creyó ser un ser humano y olvido que era Dios.

Sinopsis 5: El viejo sacerdote, que había estado excavando durante años para salir de esa tumba en vida, acaba descubriendo que lo había hecho en dirección a la tumba de Dantès. Entonces se resigna a su suerte y decide encontrar su alegría y su libertad instruyendo a Dantès sobre todo lo que sabe de los misterios de la vida y ayudándolo a escapar. Al principio Dantès está impaciente por recibir toda esa in formación, pero el viejo cura, con la infinita paciencia acumulada durante su largo confinamiento, le muestra lo poco preparado que está para recibir esos conocimientos, porque su mente está ansiosa. De modo que, con calma filosófica, le va revelando lentamente al joven los misterios de la vida y del tiempo.

Comentario 5: Esta revelación es tan maravillosa que cuando la persona la oye por primera vez quiere recibirla toda de golpe; pero descubre que después de los numerosos años que ha pasado creyendo que era un ser humano, ha olvidado de una forma tan absoluta MI verdadera identidad que ahora es incapaz de absorber este recuerdo de una sola vez. Además, descubre que sólo puede hacerlo a medida que vaya abandonando todos sus valores y opiniones humanos. Sinopsis 6: Mientras Dantès madura bajo las enseñanzas del viejo sacerdote, el anciano descubre que está viviendo cada vez más en la consciencia del joven. Finalmente, le transmite su última dosis de sabiduría a Dantès, preparándolo para ocupar puestos de confianza. Luego le revela la existencia de un tesoro inagotable que está enterrado en la Isla de Montecristo.

Comentario 6: Cuando la persona abandona esos valores humanos tan queridos absorbe cada vez más luz (el viejo sacerdote), hasta que, finalmente, se convierte en la luz y sabe que él es el anciano. Yo soy la luz del mundo.

Sinopsis 7: Ante esta revelación, las paredes de la catacumba que los separaban del océano se derrumban, matando al anciano. Los guardias, al descubrir el accidente, introducen el cuerpo del viejo cura en un saco para lanzarlo al mar. Mientras van a buscar una camilla, Dantès extrae el cuerpo del viejo sacerdote y se introduce dentro del saco. Los guardias, ignorantes de este cambio de cuerpos, lanzan a Dantès al agua.

Comentario 7: El fluir de la sangre y del agua en la muerte del viejo sacerdote os comparable al fluir de la sangre y el agua del costado de Jesús cuando los soldados romanos lo atravesaron con la lanza, un fenómeno que siempre tiene lugar durante el parto (aquí simbolizando el nacimiento de una consciencia superior). Sinopsis 8: Dantès se libera del saco, va a la Isla de Montecristo y descubre el tesoro enterrado. Entonces, pertrechado con esa fabulosa riqueza y con su sabiduría, se deshace de su identidad humana de Edmond Dantès y adopta el título de Conde de Montecristo.

Comentario 8: La persona descubre que SU consciencia de ser es el inagotable tesoro del universo., Ese día, cuando hace este descubrimiento, deja de ser humano y despierta como Dios. Sí, Edmond Dantès se convierte en el Conde de Montecristo. El hombre se convierte en Cristo.

CAPITULO 25: SALMO 23.

Uno: El Señor es mi Pastor; nada me falta.

Comentario 1: Mi consciencia es mi Señor y mi Pastor. Aquello que Yo soy consciente de ser son las ovejas que me siguen. Mi consciencia de ser es una pastora tan buena, que jamás ha perdido ninguna oveja o cosa de la que Yo soy consciente de ser. Mi consciencia es una voz que llama en el desierto de la confusión humana, que llama a todo lo que Yo SOY consciente de ser para que m e siga. M is ovejas conocen tan bien mi voz que siempre responden a mi llamada. Jamás ocurrirá que aquello que estoy convencido de Yo SOY no pueda encontrarme. YO SOY una puerta abierta para que entre todo lo que Yo SOY. Mi consciencia de ser es el Señor y Pastor de mi vida. Ahora sé que nunca necesitaré pruebas ni me faltarán evidencias de aquello que soy consciente de ser. Como sé esto seré consciente de que soy magnífico, amoroso, rico, saludable y todos los tributos que admiro.

Dos: En verdes praderas me hace reposar.

Comentario 2: Mi consciencia de ser magnifica todo lo que soy consciente de ser, de modo que siempre hay abundancia de aquello que soy consciente de ser. Independientemente de lo que la persona sea consciente de ser, descubrirá que eso brota eternamente en su mundo. La medida del Señor (el concepto que la persona tiene de sí misma) siempre está comprimida, agitada y desbordándose.

Tres: Él me conduce hacia las aguas tranquilas.

Comentario 3: No hay ninguna necesidad de luchar por aquello que soy consciente de ser, porque todo lo que soy consciente de ser será conducido hacia mí sin esfuerzo, del mismo modo que un pastor conduce sin esfuerzo a su rebaño hasta las aguas tranquilas de una fuente serena.

Cuatro: Él conforta mi alma; Él me guía por los senderos de la justicia, por amor a su nombre.

Comentario 4: Ahora que he recuperado la memoria -de manera que ahora Yo soy el Señor y aparte de mí no hay ningún Dios- he recuperado mi reino. Mi reino -que se desmembró el día en que creí en poderes que estaban fuera de mí— ahora me ha sido devuelto en su totalidad. Ahora que sé que mi consciencia de ser es Dios, haré un uso correcto de este conocimiento, siendo consciente de ser aquello que deseo ser.

Cinco: Aunque camine por el valle tenebroso de la muerte, no temo a ningún mal, porque tú estás conmigo; tu vara y tu bastón me alientan.

Comentario 5: Sí, aunque camine entre la confusión y las opiniones cambiantes de las personas, no temeré ningún mal, porque he descubierto que es la consciencia la que crea la confusión. Puesto que mi propio caso ha sido devuelto al sitio que le corresponde y a la dignidad, a pesar de la confusión, manifestaré aquello que ahora soy consciente de ser. Y la propia confusión resonará y reflejará mi propia dignidad.

Seis: Tú me preparas una mesa en presencia de mis enemigos, perfumas con aceite mi cabeza y llenas mi copa a rebosar.

Comentario 6: Ante la aparente oposición y el conflicto, triunfaré, porque continuaré manifestando la abundancia que ahora soy consciente de de ser. Mi cabeza (mi consciencia) continuará rebosante de la dicha de ser Dios.

Siete: Sin duda, la bondad y la compasión me acompañarán todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por siempre jamás.

Comentario 7: Puesto que ahora soy consciente de ser bueno y compasivo, las señales de bondad y compasión están destinadas a seguirme durante el resto de mi vida, porque seguiré morando en la casa (o la conciencia) de ser Dios (el bien) para siempre.

CAPITULO 26: GETSEMANÍ.

“Entonces Jesús llegó con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy allá y oro.” Mateo 26:36

Un romance maravilloso y místico es contado en la historia de Jesús en el Jardín de Getsemaní, pero el hombre no ha podido ver la luz de su simbología y erróneamente interpreto esa unión mística como una experiencia agonizante en la cual Jesús rogo en vano a Su Padre para que cambie Su destino. Getsemaní, para el místico, es el Jardín de La Creación – el lugar en la consciencia a donde el hombre va para realizar sus objetivos definidos. Getsemaní es una palabra compuesta que significa presionar hacia afuera una sustancia oleosa: Get, presionar hacia afuera, y Semaní, sustancia oleosa. La historia de Getsemaní revela al místico en una simbología dramática, el acto de la creación. Tal como el hombre contiene dentro de sí mismo una sustancia oleosa la cual, en el acto de creación, es presionada hacia afuera en semejanza de sí mismo, así también tiene dentro de él el principio divino (su consciencia) que se condiciona a sí misma como un estado de conciencia y que sin asistencia presiona hacia afuera, o se materializa a sí misma. Un jardín es un pedazo de tierra cultivado, un campo especialmente preparado, donde las semillas del jardinero seleccionadas por él son plantadas y cultivadas. Getsemaní es tal jardín, el lugar en la consciencia donde el místico va con sus objetivos propiamente definidos. Se entra a este jardín cuando el hombre saca su atención del mundo que lo rodea y la pone en sus objetivos. Los deseos clarificados del hombre son semillas que contiene el poder y los planes de auto-expresión y, como las semillas dentro del hombre, estas también están enterradas en una sustancia oleosa (una actitud mental alegre y agradecida). Mientras que el hombre contempla ser y poseer aquello que desea ser y poseer, él ha comenzado el proceso de presionar hacia afuera el acto espiritual de la creación. Estas semillas son presionadas hacia afuera y plantadas cuando el hombre se pierde a sí mismo en un salvaje y loco estado de alegría, sintiendo conscientemente y declarando ser aquello que anteriormente deseaba ser. Los deseos expresados, o presionados hacia afuera, resultan en la transición de aquel deseo en particular. El hombre no puede poseer una cosa y a la misma vez seguir deseando poseerla. Entonces, mientras uno se apropia conscientemente del sentimiento de ser la cosa deseada, este deseo siendo la cosa que transciende – se realiza. La actitud mental receptiva, sintiendo y recibiendo la impresión de ser la cosa deseada, es el terreno fértil o vientre que recibe la semilla (objetivo definido). La semilla que es presionada hacia afuera del hombre, crece hasta convertirse en la semejanza del hombre de quien ha sido presionada. De la misma manera, la semilla mística, tu declaración consciente de que eres aquello que antes deseabas ser, crecerá en la semejanza de ti, de quien y dentro de quien ha sido presionada. Sí, Getsemaní es el jardín cultivado del romance donde el hombre disciplinado va a presionar las semillas de la alegría (deseos definidos) fuera de sí mismo, hacia adentro de su actitud mental receptiva, donde serán cuidadas y nutridas al caminar conscientemente en la alegría de ser todo lo que anteriormente deseaba ser. Siente con el Gran Jardinero la secreta excitación de saber que las cosas y cualidades que ahora no se ven se verán tan pronto como estas impresiones conscientes crezcan y maduren. Tu consciencia es el Señor y Esposo (Isaías 54:5); el estado consciente en el que moras es la Esposa o Amada. Este estado hecho visible es tu hijo siendo testigo de ti, su padre y madre, porque tu mundo visible esta hecho a imagen y semejanza (Génesis 2:26) del estado de consciencia en el que vives; tu mundo y todo su contenido son nada más y menos que tu consciencia definida materializada. Sabiendo que esto es cierto, asegúrate de elegir bien a la madre de tus hijos – ese estado consciente en el que vives, tu concepto de ti mismo. El hombre sabio elige a su esposa con gran discreción. Él se da cuenta que sus hijos deben heredar las cualidades de sus padres y entonces, dedica mucho tiempo y cuidado a la selección de su madre. El místico sabe que el estado consciente en el que vive es su elección que ha elegido por esposa, la madre de sus hijos, que este estado debe, con el tiempo, encarnarse a sí mismo en su mundo; entonces él es siempre selectivo en sus elecciones y siempre declara ser su ideal mas alto. Conscientemente se define a sí mismo como aquello que desea ser. Cuando el hombre se dé cuenta que el estado de consciencia en el que vive es su elección y a quien ha tomado como pareja, él será más cuidadoso con sus humores y sentimientos. Él no se permitirá reaccionar a las sugerencias del miedo, de la falta o ninguna indeseable impresión. Tales sugerencias de falta nunca podrían pasar por alto ante la vigilancia de la mente disciplinada del místico, porque él sabe que cada declaración consciente debe, con el tiempo, ser expresada como una condición de su mundo – de su ambiente. Entonces, permanece fiel a su amada, su objetivo definido, al definir y declarar y sentir que ya es aquello que desea expresar. Deja que un hombre se pregunte a si mismo si su objetivo definido sería una cosa de regocijo y belleza si fuera realizado. Si su respuesta es afirmativa, entonces sabría que su elección de novia es una princesa de Israel, una hija de Judá, porque cada objetivo definido que expresa regocijo cuando se realiza es una hija de Judá, el rey de alabanza. Jesús llevó a su hora de oración, a Sus Discípulos, o “atributos disciplinados de la mente”, y les comandó a que lo observen mientras Él oraba, para que ningún pensamiento o creencia que negaría la realización de Su deseo, entren en Su consciencia. Sigue el ejemplo de Jesús, quien, con sus deseos claramente definidos, entró al Jardín de Getsemaní (el estado de alegría) acompañado por Sus discípulos (sus mente disciplinada) a perderse a Sí mismo en un salvaje regocijo de realización. La fijación de Su atención en Su objetivo fue Su mandamiento a Su mente disciplinada para que vigile y permanezca fiel a esa fijación. Contemplando la alegría que sería Suya si su deseo fuera realizado, Él comenzó su acto espiritual de generación, el acto de presionar hacia afuera la semilla mística – Su deseo definido. En esta fijación Él permaneció, declarando y sintiendo Ser aquello que ÉL (antes de entrar a Getsemaní) deseaba ser, hasta que Su ser entero (consciencia) fue bañado en un sudor oleoso (alegría) parecido a la sangre (vida), en pocas palabras, hasta que Su completa consciencia fue penetrada con la alegría viva y sostenida de ser Su objetivo definido. Cuando se logra esta fijación en la que el místico sabe que por su sentimiento de alegría él ha pasado de su estado de consciencia viejo a su estado de consciencia presente, La Pascua o crucifixión fue obtenida. Esta crucifixión o fijación de la nueva declaración consciente se seguida por el Sabbat, el tiempo de descanso. Siempre hay un intervalo de tiempo entre la impresión y su expresión, entre la declaración consciente y su encarnación. Este intervalo es llamado el Sabbat, el periodo de descanso o de no-esfuerzo. (el día de entierro). Caminar inamoviblemente en la consciencia de ser o poseer cierto estado es mantener el Sabbat. La historia de la crucifixión expresa bellamente esta tranquilidad o descanso místico. Se nos dice que luego de que Jesús clamó “¡está terminado!” (Juan 19:30), fue puesto en una tumba. Allí permaneció todo el Sabbat. Cuando el nuevo estado de consciencia es apropiado que te hace sentir, por esta apropiación, fijado y seguro en el conocimiento de que está terminado, entonces tú, también clamarás “¡está terminado!” y entrarás en la tumba o Sabbat, un intervalo de tiempo en el que caminarás inamoviblemente en la convicción de que tu nuevo estado de consciencia debe ser resucitado (hecho visible). La Pascua, el día de la resurrección, cae en el primer domingo luego de la luna llena en Aries. La razón mística de esto es simple. Un área definida no se precipitará a sí mismo en forma de lluvia hasta que esta área llegue a cierto punto de saturación; así también el estado en el que yaces no se expresará a si mismo hasta que el Todo esté completamente penetrado con la consciencia de que ya lo es – que está terminado. Tu objetivo definido es el estado imaginario, tal como la línea del ecuador es la línea imaginaria que el sol debe atravesar para marcar el comienzo de la primavera. Este estado, como la luna, no tiene luz o vida por si mismo; pero reflejará la luz de la consciencia o sol – “Yo Soy la luz del mundo” (Mateo 5:14; Juan 8:12; Juan 9:5; Juan 12:46) – “Yo Soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). Tal como la Pascua es determinada por la luna llena en Aries, así también es la resurrección de tu declaración consciente determinada por la completa consciencia de tu declaración, al vivir realmente como esta nueva concepción. La mayoría de los hombres fracasan al resucitar sus objetivos porque fracasan en permanecer fieles a este estado nuevo y definido hasta que su plenitud sea obtenida. Si el hombre tuviera en cuenta el hecho de que no puede haber Pascua o día de resurrección hasta luego de la luna llena, él se daría cuenta que el estado al que él ha pasado conscientemente, será expresado o resucitado solo después de que él haya permanecido dentro del estado de ser su objetivo definido. Hasta que no se excite su ser completo con el sentimiento de ser realmente su declaración consciente, de vivir conscientemente con este estado de serlo, y solo de esta manera, el hombre nunca resucitará o realizará su deseo.

CAPITULO 27: UNA FORMULA PARA LA VICTORIA.

“Todo lugar que pise la planta de vuestro pie os he dado.” Josué 1:3.

La mayoría de la gente conoce la historia de Josué siendo capturado en la ciudad de Jericó. Lo que no saben es que la historia es la fórmula perfecta para la Victoria, bajo cualquier circunstancia y contra viento y marea. Fue escrito que Josué estaba armado solo con el conocimiento de que cada lugar que la suela de su pie pise le será dado; que él deseaba capturar o pisar la ciudad de Jericó pero encontró que las paredes lo separaban de esta ciudad impenetrable. Parecía físicamente imposible para Josué atravesar estas paredes masivas y pararse en la ciudad de Jericó. Aun así, él fue llevado por su conocimiento y promesa de que, a pesar de las barreras y obstáculos que lo separaban de sus deseos, él podía pararse en la ciudad, y le sería dada. El libro de Josué también registra que en lugar de luchar contra este problema gigante de la pared, Josué empleó el servicio de la ramera, Rahab, y la envió como espía a la ciudad. Mientras Rahab entraba a su casa, que estaba en el medio de la ciudad, Josué – quien estaba restringido seguramente por las impenetrables paredes de Jericó- sopló su trompeta siete veces. La séptimo soplido, las paredes se derrumbaron y Josué entró a la ciudad victorioso. Para el no iniciado, esta historia es ridícula. Para aquél que la ve como un drama psicológico, y no como una historia real del pasado, es la más reveladora. Si siguiéramos el ejemplo de Josué, nuestra victoria sería igual de simple. Josué simboliza para ti, el lector, tu estado presente; la ciudad de Jericó simboliza tu deseo, u objetivo definido. Las paredes de Jericó simbolizan los obstáculos entre tú y la realización de tus objetivos. El pie simboliza el entendimiento; poner el pie en un lugar definitivo indica fijar un estado psicológico definido. Rahab, la espía, es tu habilidad de viajar secretamente o psicológicamente a cualquier lugar en el espacio. La conciencia no tiene fronteras. Nadie puede frenarte de morar psicológicamente en cualquier lugar, o en cualquier estad en el tiempo y espacio. A pesar de las barreras físicas que te separan de tu objetivo, tú puedes, sin esfuerzo o ayuda de nadie, aniquilar el tiempo, espacio y barreras. Por lo tanto, tú puedes morar psicológicamente, en el estado deseado. Entonces, aunque no puedas caminar físicamente en ese estado o ciudad, tu siempre puedes caminar psicológicamente en el estado deseado. Al pisar psicológicamente, quiero decir que tu puedes ahora, en este momento, cerrar los ojos y luego de visualizar o imaginar un lugar o estado que no sea el presente en el que estas, puedes SENTIR realmente que ahora estas en ese lugar o estado. Puedes sentir su condición como real a punto tal que cuando abras tus ojos estés asombrado en darte cuenta que no estas físicamente allí. Una ramera, como ya sabes, les da a todos los hombres aquello que le sea pedido. Rahab, la ramera, simboliza tu capacidad infinita de asumir psicológicamente cualquier estado deseable sin cuestionar si es posible o no morarlo físicamente. Tú puedes capturar hoy la moderna ciudad de Jericó o tu objetivo definido si recreas esta historia de Josué; pero para capturar la ciudad y realizar tus deseos, debes seguir cuidadosamente la fórmula para la victoria tal como fue explicada en el libro de Josué. Esta es la aplicación de esta fórmula victoriosa como un místico moderno la revela hoy: Primero: define tu objetivo (no la manera de obtenerlo) – sino tu objetivo, puro y simple; sabe exactamente qué es lo que deseas para puedas tener una imagen mental clara de lo que es. Segundo: Saca tu atención de los obstáculos que te separan de tu objetivo y pon tus pensamientos en el objetivo en sí. Tercero: Cierra tus ojos y SIENTE que ya estás en la ciudad o estado que deseas capturar. Permanece en ese estado psicológico hasta que obtengas una reacción consciente de una satisfacción completa en esta victoria. Luego, con simplemente abrir tus ojos, vuelve a tu viejo estado de consciencia. Este viaje secreto al estado deseado, con la subsecuente reacción psicológica de satisfacción completa, es todo lo que es necesario para obtener la victoria total. Este estado físico victorioso se encarnará a sí mismo a pesar de toda oposición. Tiene el plan y el poder de la auto-expresión. Desde este punto en adelante, sigue el ejemplo de Josué, quien luego de morar psicológicamente en el estado deseado, hasta que no recibió una completa reacción consciente de victoria, no hizo nada más para traer esta victoria, más que soplar siete veces su trompeta. La séptima explosión (soplo) simboliza el séptimo día, un tiempo de tranquilidad o descanso, el intervalo entre el estado subjetivo y objetivo, el periodo de embarazo o gozosa expectativa. Esta tranquilidad no es la tranquilidad del cuerpo sino la de la mente – una pasividad perfecta, que no es pereza sino una tranquilidad viva nacida de la confianza en esta inmutable ley de la consciencia. Aquellos que no conocen esta ley o fórmula para la victoria, al intentar calmar sus mentes, solo logran adquirir una tensión callada, que no es más que ansiedad comprimida. Pero tú, que conoces esta ley, descubrirás que luego de capturar el estado psicológico que sería tuyo si ya hubieras afianzado realmente y victoriosamente la ciudad, te moverás hacia adelante hacia la realización física de tus deseos. Harás esto sin dudas ni miedo, en un estado mental fijado en el conocimiento de una victoria previamente concertada. No tendrás miedo al enemigo, porque el resultado ha sido determinado por el estado psicológico que precedió la ofensiva física; y todas las fuerzas del cielo y la tierra no pueden parar el cumplimiento victorioso de ese estado. Párate firme en el estado psicológico definido como tu objetivo hasta que sientas la excitación de la Victoria. Y luego, con seguridad que nace por el conocimiento de esta ley, observa la realización física de u objetivo. …Prepárate, párate firme y observa la salvación de la Ley contigo… Fin del Libro “Tu Fe es Tu Fortuna”

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